Y hoy todavía me sigue atormentando aquel pensamiento insano.
Me tortura, acaba conmigo lentamente y es simplemente imposible eliminarlo.
Lo más insignificante se cuela dentro de mi mente y hace estragos una vez llega allí.
Puedo sobrevivir con él pero es una carga demasiado pesada.
Tan pesada que intenta desviar mis sentimientos y a la vez me vuelve irracional.
Me guía hacia una fase de desesperación crónica donde es inevitable no querer renunciar.
Lucho sin descanso pero sé de mis pocas probabilidades sobre el ring.
No me asusta pero me detiene, es mi más grande debilidad.
Ha sabido convertirse en mi pesadilla.
Ataca a sangre fría y no da lugar a reflexiones.
Es caótico y sabe exactamente dónde golpear.
A veces me deshago de él momentáneamente cuando encuentro la finta perfecta.
Otras veces simplemente avivo la llama que incendia la razón.
Amenaza con deshacerse de mi cordura, mientras alimenta ideas que corrompen mi capacidad de discernir.
Va por ese camino, siguiendo el patrón que él mismo se encargó de moldear.
Es gigante, un conjunto de ataduras mentales que atentan contra la parte más profunda e íntima de mi ser.
La experiencia fue quien lo creó y mi subconsciente se encargó de mimarlo.
Siempre lo veo con ira y odio y quizá ahí se encuentre mi error.
Quizá ofrecerle mi amistad sea el principio de mi sanación.
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