A cuatro años de la conquista, inválido por el tormento recibido, el otrora Tlatoani de Tenochtitlán es obligado por Cortés a marchar con él al territorio de Honduras, para aplacar la rebelión de Cristóbal de Olid.
Tras varios meses de jornada, donde sufrieron hambre, perdieron el camino, fueron atacados por bestias y nativos, arribaron a Itzamkánec en el actual Chiapas. Ahí fueron recibidos por el hijo del gobernante del lugar.
Ya instalados Cortés visita a Cuauhtémoc en su aposento.
-- Veo que te proporcionaron un alojamiento digno de tu rango.
-- Soy un prisionero.
-- Eres el señor de Tlatelolco, nosotros te dimos el nombramiento.
-- Soy un lacayo – respondió Cuauhtémoc indignado. – Que los asiste para cobrar tributos, solamente eso soy.
-- Pues piensa lo que quieras, pero tú eres un noble y tu gente te escucha.
-- Entonces, ¿Para qué me trajiste?
-- Precisamente por eso, tu gente te escucha y te respeta, yo no puedo dejarte solo para que organices una rebelión y maten a todos los españoles.
-- Pero ya me rendí ante ti, no es que yo lo quisiera, es lo que ordenó El Consejo y yo debo respetar su decisión.
-- Pero El Consejo ya no existe.
--Tú no entiendes, yo no puedo ser el que se rebele, aún aunque así lo desee, porque al rendirme ante ustedes, dejé mi palabra en prenda.
-- Pues será el sereno, pero yo te voy a tener conmigo siempre, solo por si las dudas. – respondió Cortés alterado. – Es más, hace unos días Don Cristóbal ese al que tú nombras Mexicalcingo me mostró una prueba de la conspiración. Me enseñó un pliego con las figuras que ustedes usan para escribir y me explicó que es un plan para atacarnos, bloquear los puertos y evitar que vengan más españoles.
-- Eso es mentira y tú lo sabes, Mexicalcingo solo busca congraciarse contigo para recuperar sus tierras y mando.
-- Tal vez, pero no puedo bajar la guardia.
Cortés inquieto intentó explicarse, dando vueltas por la habitación, trataba de convencerse y convencer a Cuauhtémoc con sus argumentos.
-- Estoy en medio de un torbellino, mis hombres están descontentos por no haber recibido las riquezas que esperaban. Ya han pasado cuatro años y la mayoría no ha recibido las tierras y el oro prometidos. Ahora Olid se rebela en Las Hibueras, el que fue mi más cercano, ahora me traiciona. No, no puedo confiar en nadie.
-- Mírame. – Lo increpó Cuauhtémoc. – Soy un inválido, ¿Cómo ser un guerrero? Si ni mis manos ni mis pies me responden. Ustedes me dejaron inútil para la guerra.
-- Tú sabes que yo no te torturé, fue el tesorero Julián de Alderete, él nunca quedó satisfecho con la repartición, él era el que quería más oro.
-- Sí, pero tú se lo permitiste.
Cortés avergonzado baja la mirada, entonces Cuauhtémoc le pide:
--Libérame.
-- Sabes que no te puedo dejar libre, mis hombres no lo permitirían, temen una rebelión de tu pueblo. Sería un suicidio para mí.
Cuauhtémoc le responde:
-- No, libérame de este martirio, de esta vida indigna de un Tlatoani.
Cortés abrumado se deja caer sobre un banquillo.
Cuauhtémoc continúa:
-- Ya te lo pedí antes, la primera vez que estuvimos frente a frente. Ahora te lo vuelvo a pedir ¡Libérame!
Asiendo con ambas manos sus cabellos Cortés se lamenta.
-- Es tan difícil, todo se está desmoronando, son tantas cosas que suceden a la vez. Traiciones, denuncias, quejas, levantamientos. ¡Ya no puedo más! Ya no sé qué hacer o en quién confiar.
Acongojado Cortés se queda hecho un ovillo sobre el banco de madera.
Cuauhtémoc con gran dificultad se inclina, colocando su brazo sobre el hombro del Conquistador le pide nuevamente:
-- Libérame.
Dejando caer su cabeza sobre el pecho, Cortés levanta la voz.
-- ¡Guardias!
De inmediato dos soldados ingresan a la habitación. Retomando la compostura ordena con voz de mando.
-- El prisionero Don Hernán de Alvarado.
-- Ése no es mi nombre-. – Lo interrumpe Cuauhtémoc.
Cortés corrige.
-- El prisionero Guatimozin será ahorcado por el delito de rebelión mañana al despuntar el alba.
De un salto Cortés se levante del banquillo y dando grandes zancadas se encamina a la puerta, sin embargo, no pudiendo reprimirse voltea para echar una mirada al último Tlatoani de la gran Tenochtitlán.
Cuauhtémoc estoico, de pie en medio de la habitación, con un brillo en la mirada, hace con la cabeza un gesto de agradecimiento al Conquistador.
Visiblemente malhumorado Cortés se dirige a su morada.
-- Jodér. -- Murmura entre dientes. – Haber que le invento al rey.
FIN
Monterrey, México al 16 de Septiembre de 2016 © migueltr@yahoo.com
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