Terminado su sermón Jesús se reunió con sus discípulos para hacer una recopilación de lo sucedido en el evento y organizarse para terminar el día.
Pasada una hora el griego se acercó al Maestro y le comentó
-- No se van y ya es tarde.
--Yo creo que vamos a tener que darles de comer. -- Le respondió éste.
El griego se escandalizó
-- ¿Darles de comer? Pero si apenas alcanza para nosotros, ¿Cómo quieres que alimentemos a esta muchedumbre?, ¿Ya viste cuantos son? Miles.
Jesús sonriendo lo reprendió
– Hombre de poca fe, ¿Qué no has aprendido nada en este tiempo que me has acompañado?
El griego fingiéndose ofendido contestó
– Maestro, ¿No te das cuenta que yo siempre voy en la avanzada?, preparando el terreno para ti, casi ni nos vemos.
El Maestro, abrazándolo se encaminó a la multitud
– No te preocupes, mi padre nos proveerá, siempre lo ha hecho y no creo que nos falle en esta ocasión.
-¿Qué tienes preparado?
El griego le contestó
–No, pues yo traje lonche para nosotros, pero éstos, señalando a los apóstoles, ya le entraron.
-- Fíjate si sobró algo.
El griego corriendo se dirige al grupo de los apóstoles que reposan a la sombra y regresa trayendo una canasta.
-- Dos pescados salados y cinco panes de cebada, es lo que queda.
-- ¿Eso es todo?
-- Sí. Es poquito ¿Verdad?
-- Suficiente, sígueme.
Jesús toma la canasta, se aproxima a la multitud y se sienta sobre una roca al pie de la loma donde predicó previamente. Cierra los ojos y entra en estado de trance, pasados unos minutos sale del trance, bendice los alimentos y se dirige al griego.
--Por favor avisa a la gente que vamos a proceder a repartir unos bocadillos, diles que es una comida humilde pero que se las damos de corazón.
El griego sin salir de su asombro por la audacia del Maestro, inmediatamente se yergue sobre la roca y haciendo una bocina con sus manos se dirige a la multitud, llama su atención dando grandes voces e imitando a los oferentes del mercado les explica lo que a continuación habrá de suceder.
La multitud se organiza, sentándose sobre pasto a la espera de recibir las viandas.
Jesús entrega la canasta a un niño y le dice.
-- Toma lo que necesites y pasa la canasta a tu vecino.
El niño al ver los dos pescados y cinco panes, de entre sus ropas saca un pedazo de cordero asado y una hogaza de pan, toma la mitad de lo que traía, deja la otra mitad en la canasta y la pasa a su vecino.
El segundo en recibir la canasta al ver el gesto realizado por el niño saca de su morral un pescado salado y una pieza de pan de cebada, toma la mitad y coloca el resto en la canasta, entregándola a la persona que está a su lado.
Y así fue pasando la canasta entre la multitud, algunos tomaban una ración de los alimentos que se habían acumulado, mientras otros aportaban más de lo que consumían, a los diez minutos ya eran dos canastas las que circulaban entre la gente.
Movidos por la curiosidad los apóstoles poco a poco se fueron reuniendo con Jesús para observar lo que sucedía. Transcurrida una hora se acercan al grupo seis hombres cargando dos canastas cada uno, el más viejo se dirige a Jesús.
-- Rabí, esto fue lo que sobró del festín que nos proporcionaste, te agradecemos que hoy nos hayas brindado alimento para el cuerpo y el espíritu.
Al oír esto Pedro el apóstol, exclamó con sorna.
-- Los bastardos traían lonche y estaban esperando que les diéramos de comer. Habrase visto tal desfachatez.
El griego al identificar la oportunidad que se presentaba, irguiéndose sobre la roca empezó a gritar
-- ¡Milagro!, ¡Milagro!
La multitud sorprendida, se reunió en torno a Jesús y su grupo, al tiempo que el griego continuaba gritando
-- ¡Milagro!, ¡Milagro! ¡Con dos pescados y cinco panes Jesús alimentó a cinco mil personas!
El grueso de la gente se contagió rápidamente de la euforia con que se pregonaba el milagro y pronto empezaron a corear ¡Milagro!, ¡Milagro!
Jesús tomó al griego de un brazo y lo increpó
-- ¿Qué estás haciendo?
-- Relaciones públicas Maestro, ya verás cómo nos reciben en el próximo pueblo, un milagro atrae más personas que el mejor de los sermones.
El Maestro alzando los ojos le respondió.
-- En efecto, aquí ocurrió un milagro, la gente se reunió en este lugar esperando recibir algo, tal vez una enseñanza, y sin embargo terminaron el día en un acto de solidaridad y amor al prójimo. Dando en lugar de recibir, hoy regresarán a sus hogares como mejores y más grandes personas. Y en eso mi buen amigo tienes razón, un milagro es mucho más efectivo que cualquier sermón.
El griego satisfecho por el resultado de los acontecimientos, se alejó del grupo, sacando de su morral un pergamino se sentó a la sombra de un árbol, procediendo a anotar lo sucedido bajo el título “El Milagro de la Multiplicación de los Alimentos”.
FIN
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