--Te juro que ya no soporto su presencia, cada vez es más posesiva, no me deja hacer nada, ayer tuvo el descaro de criticar mi manera de comer.
Yo, sin proponérmelo finjo interés en su conversación, tantos años atendiendo las habitaciones, me han condicionado a realizar mi labor bajo el constante parloteo de los huéspedes. Un par de Aja´s o mmjhh´s soltados al azar bastan para convencerlos de que participan en un diálogo. Ellos felices en su monólogo y yo puedo continuar mi labor sin interrupciones.
Andrés es el recién llegado. Desde su arribo, las constantes quejas han sido su sello personal, a diferencia de los otros que durante las primeras semanas de su estancia no emiten queja alguna. Él es distinto, a pesar de ser joven, inteligente, físicamente agraciado, y según deduzco por sus pertenencias, no tener problemas económicos; parece que le fue negada la santa virtud de conformarse y disfrutar lo que se tiene. Con él no hay momento de tranquilidad, todo son embustes, reproches, acusaciones.
--Dalia y los gemelos no dejaron de molestarme en toda la noche, no pude dormir con sus gritos, cuando al fin pensé que podría conciliar el sueño, Dalia empezó a llorar, claro que los gemelos la siguieron y así continuaron hasta el amanecer.
--Ajá, mmmjhh.
Al recoger su charola no puedo evitar percatarme que nuevamente dejó el plato indemne.
--Dalia no me dejó comer, estuvo criticándome todo el tiempo, esta situación es insostenible, tendré que quejarme con el director.
Salgo de su habitación, al momento de correr el cerrojo de la puerta, el doctor Villegas me cuestiona:
--¿Cómo está el pacientito?, ¿Ya comió? Es una lástima que un muchacho tan joven deba permanecer siempre encerrado, pero ¡Ni modo!, el juez así lo ordenó. Todavía no puedo creer que haya asesinado a su esposa y a sus hijos, no, todavía no lo puedo creer.
-Ajá, mmmjhh.
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