El sentido prescindible (5º capítulo)

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Salimos a la calle y sentí cómo el frío entraba en mis pulmones. Abrí el bolso, pero antes de sacar la cajetilla de tabaco, Martín ya tenía dos cigarros en su mano.

- Gracias.

- No me des las gracias por darte cigarros. ¿Te acuerdas de cuántos me has dado tú a mí cuando empecé a fumar?

- Ni una aproximación podría hacer... ¡Te fumabas más de la mitad de los que compraba! - le dije con una mirada vengativa. Él solo sonrió.

- Si quieres, puedes quedarte a dormir.

- No quieres que me quede sola... ¿Te da miedo que pueda hacer alguna locura? - dije con un tono de broma.

-Sí.

Me paré en seco mientras él seguía caminando con las manos en los bolsillos. Se paró a unos cuantos metros.

- Lucía, sigues siendo lo más importante para mí. Te juro que no soporto Verte así.

Me acerqué hasta donde estaba y lo agarré del brazo.

- No voy a hacer nada, Martín. Puedes estar muy tranquilo.

- Tengo miedo a perderte.

- Yo me he perdido a mí misma y aquí sigo. El mundo sigue para todos, y a mí no me vas a perder.

- ¿Y si pasa algún día?

- ¿Y si hoy te duermes y mañana no te despiertas?

- Qué drástica eres cuando quieres.

- Mi padre me decía que no podía vivir con los "y si..." en mi cabeza; te arruinan la vida.

- Dime una cosa - dijo sacando una mano del bolsillo y apoyándola en mi hombro - Dame una razón por la que estés así.

- No lo sé.

- Sí que sabes.

- Si te digo que no, es que no, ¿no crees? Qué cabezón eres cuando quieres.

- No me lo creo.

- ¡Pero por qué no!

- Joder, Lucía, porque te conozco demasiado bien. Tus "estoy bien" siempre significan que estás mal. Tienes una forma muy peculiar de comunicarte con las personas, y a mí no me engañas.

- Bueno, pues no sé explicarte por qué estoy así.

- Pero, ¿ves como sí que lo sabías?

Dio una larga calada a su cigarro y expulsó el humo en mi cara.

- Eres idiota - afirmé.

- No. Soy tu conciencia. Es más; me atrevo a decir que te conozco mejor de lo que te conoces tú a ti misma.

- Siempre me ha dado miedo conocerme, por lo que pudiera encontrar.

- Y ya sabes que, a mí, eso siempre me ha parecido una estupidez. ¿Qué ibas a encontrar que no te gustara?

- Algo malo.

- Tú no tienes nada malo.

- ¿Y si lo tengo y no os dais cuenta?

- Lucía, las personas con malas cualidades se las ve a simple vista. Tú tienes exceso de cualidades buenas.

- Cuánto peloteo veo aquí...

Seguimos caminando en silencio. El silencio, en la mayoría de las veces, habla mucho más alto que las personas.

- Bueno, ¿me vas a dar la razón de por qué estás así?

Habíamos llegado a su portal. Martín vivía en un tercero y, sorprendentemente, su casa siempre estaba ordenada; no como cuando iba a su habitación cuando éramos niños: literalmente cuatro paredes sujetadas por libros, ropa y papeles. Fui al baño para lavarme la cara. Me dijo desde fuera que me dejaría un pantalón y una camiseta pra dormir, y que si quería dormir en su cama con él, podría. Nunca habíamos sido más que amigos; y ninguno de los dos quería. Nos iba muy bien así, y sería estropear algo que la vida me ha regalado y que no todo el mundo tiene la suerte de tener: un gran amigo. Estaba sentado al borde de la cama, con el móvil enchufado al cargador y escribiendo.

 

CONTINUARÁ.


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