La lluvia rompiéndose sobre su paraguas rojo, el peso de su cuerpo moviéndose sobre una alfombra de hojas ocres, aportando algo de calidez en aquella fría mañana de Noviembre. Suspiros que dejaba escapar entre las comisuras de sus labios, convirtiéndose en humo blanco al entrar en contacto con el exterior. La mirada ausente, las manos entumecidas. Ese tímido gesto, retirándose los mechones de pelo del rostro.
Él, caminaba en dirección opuesta a ella, cuando levantó la mirada. Ella era la culpable de que cada mañana, al pasar por su lado, él se sintiera tan lleno y vacío a la vez, esa necesidad de acercarse, de besarla. La miraba en silencio, queriendo saber y al mismo tiempo de no conocer, quién era.
Pasarían muchos otoños hasta que ambas miradas se encontraran, rompiéndose el silencio al fin.
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