Metro en ciudad universitaria de Madrid

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Hoy he ido a comer en un restaurante cercano a la ciudad universitaria de Madrid con mi hermana Sara. La vuelta la realizamos en metro, ya que me encanta ir en él, porque veo las diferencias de las personas que ahora viajan en él con respecto a la época en la que yo era un joven universitario.

Pero al observar a los estudiantes, observo que no son tan diferentes a los que hace veinte años ibamos en la universidad. Todos van con ropas cómodas, informales, con sus vaqueros y sus jerseys cómodos. Muchos chicos con barba de un par de días, un poco descuidados. Las chicas con zapatos sin tacón. Todo parece igual que en mis tiempos, dando prioridad a la comodidad a ir elegantes a la universidad

Al fijarme con más detenimiento en ellos observo que todos los estudiantes del metro llevan mochilas, incluso los que están de pie las llevan cargadas en ambos hombros. Me resulta extraño, ya que en mis tiempos casi ninguno las llevaban y los pocos que lo hacían la llevaban sólo colgada en un hombro, yo ni recuerdo a qué edad tuve mi última mochila. ¿Por qué será que todos los estudiantes llevan mochilas y encima, colgadas sobre los dos hombros? Quizá el motivo es porque ahora en la universidad llevan más libros, pero descarto esa idea después de observar  a un chico que lleva la mochila prácticamente vacía, dentro sólo debe estar su carpeta.

Sigo observando a los viajeros del metro y sentado en frente mío, a un chico con tez morena, rasgos indígenas americanos, con una camisa a cuadros y pantalones vaqueros. Me recuerda a Juan, mi amigo cubano de primero de BUP del instituto de Fuenlabrada, ciudad de clase trabajadora del sur de Madrid, que dejó los estudios a los 16 años para ponerse a trabajar. Que al igual que todos aquellos compañeros extranjeros que tuve en ese instituto, fueron quedándose por el camino, sin que ninguno de ellos realizasen estudios superiores, y que extrañé en mis tiempos universitarios, ya que en esa época en mi facultad todos eramos españoles.

Mientras estoy sumergido en mis pensamientos, miro distraídamente hacia mi derecha y observo a una pareja de asiáticos. Él con un peinado perfectamente descuidado, una americana elegante y un chaleco debajo de ella. Ella perfectamente maquillada y con un vestido corto de colores vivos. Por un momento descarto que sean estudiantes, hasta que me percato que ambos llevan sus mochilas colgadas en los hombros. Todavía sigo sorprendiéndome al ver a asiáticos vestidos de una forma tan moderna, seguramente sea por la gran cantidad de programas de la televisión viendo a los ciudadanos de China vestidos de forma idéntica entre ellos mismos.

Finalmente mi mirada se posa sobre una chica que me llama poderosamente la atención. Es una hermosa chica negra, con media melena rizada. Su cara refleja una timidez que expresa una gran humildad. Lleva unas cómodas botas marrones y unos vaqueros azules oscuros ajustados. Va vestida con un jersey holgado azul oscuro que no permite ver su silueta, pero a pesar de ello intuyo que es una chica atractiva. Al igual que todas las personas del vagón lleva su mochila de estudiante.

Al fijarme más detenidamente en ella, me fijo en que lleva escrito en el jersey el siguiente texto “Congregación de María”. Pienso que posiblemente haya sido una estudiante en un colegio religioso, pero dudo y tengo curiosidad.

Mi hermana Sara me interrumpe.

-          Javi, estás muy callado, ¿en qué piensas?

Dudo sí puedo decirla la verdad. Somos tan parecidos físicamente como diferentes en forma de ser.

-          Estaba mirando a esa chica con el jersey azul, que lleva un texto en el jersey azul que pone “Congregación de María”. No me suena a ningún colegio.

Sara la observa y me sonríe divertida. Conozco a mi hermana y empiezo a sentir como la sangre me llega a la cara y me empiezan a sudar las manos.

Llegamos a la parada de Avenida de América y la chica negra se baja del metro. Mi suspiro de alivio debe escucharlo todo el vagón de metro.

-          ¡Ven! – Exclama mi hermana mientras sale corriendo detrás de la chica.

Las alcanzo en cuanto mi hermana la está abordando, me tapo los ojos como intentando evitar que me vean, como los avestruces esconden su cabeza en un agujero para no ser vistas.

-          ¡Hola!. Perdona, ¿puedo hacerte una pregunta? – La aborda sin compasión Sara.

-          ¿Qué quieres? – Pregunta la chica, mientras cruza los brazos y frunce el ceño.

-          Me he fijado que llevas en el jersey el lema de “Congregación de María”. ¿Existe algún colegio religioso con ese nombre?

-          No, soy novicia. Estoy preparándome para ser monja.

-          Ah, que bien, nunca he conocido una monja, creo que has subido en el metro de Ciudad Universitaria, ¿existe por allí cerca un convento? – Mi hermana sigue preguntando. Todavía recuerdo sus interminables interrogatorios en nuestra juventud.

-          No. Asistía a la facultad de Medicina.

-          ¡Qué bien! Es una profesión preciosa que permite ayudar a los demás.

Por fin muestra un esbozo de sonrisa y descruza los brazos.

-          Sí, a mí también me parece lo mismo.

-          Y, ¿Cuándo termines tu carrera vas a trabajar en algún hospital?

-          No, me gustaría ser misionera e ir a mi país para ayudar a con mis cuidados médicos.

-          ¿No eres española? ¿De dónde eres?

-          Soy de Mbini, una pequeña ciudad costera de Guinea Ecuatorial. Supongo que no habrás oído nunca hablar de esa ciudad.

-          No, lo siento. Y, ¿por qué has venido a España?

-          Vine a España hace un año, porque conocí a una misionera que me dijo que aquí sería más fácil ser monja, ya que en España había escasez de vocaciones. También me indicó que al haber tan pocas, era más fácil conseguir que me pagaran unos estudios universitarios que en África son más difíciles de lograr para una mujer sin apenas recursos económicos.

-          Puede ser, pero hay que ser muy valiente para venir a un país desconocido.

-          No sé, yo creo que todo es más fácil si haces cosas que te gustan y luchas por conseguir tus objetivos.

Mis ojos se posan en sus perfectos dientes blancos que se ven a través de una amplia sonrisa que irradia una gran felicidad.

-          Es muy bonito todo lo que dices. Bueno nos tenemos que ir, muchas gracias. Adiós.

-          De nada. Adiós.

Después que Sara haya satisfecho su curiosidad  (y a pesar de todo, también la mía) con esta futura médica y monja, continuamos nuestro camino  hacía nuestras casas.

Cuando por fin llego a mi barrio, después de despedirme de mi hermana Sara, sigo recordando como en mi primer año de la universidad, me extrañó que a pesar de que en mi instituto había siempre algún alumno inmigrante, no hubiese ninguno en mi facultad.

Caminando ensimismado en mis pensamientos, fijo mi mirada en una persona, que lleva la mochila colgada en un solo hombro. Sorprendido le observo más detenidamente y descubro que es calvo y seguramente sea un cuarentón como yo, sólo que todavía no ha descubierto que ahora lo moderno es ir con la mochila colgada en los dos hombros.

 


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