Mi hijo, mi sueño, murió.
Por Yoga For Life
Enviado el 04/11/2016, clasificado en Reflexiones
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Es la primera vez que me dispongo a escribir sin música, sin un estímulo externo que ayude a abrir, si puedo aún más, mi corazón; a ti, que decides leerme y, por supuesto, a mí misma.
Durante un tiempo no he publicado nada en esta página ni en otras. Desde hace ya unos días sentía la inmensa necesidad de gritar y contar el por qué de ello. Y eso es lo que voy a hacer a continuación.
Yo tengo un sueño. Imagino que como la mayoría de todos vosotros. Ese sueño que siempre aparece en la oscuridad de la noche, arropado bajo las sábanas, vestido de negro intenso y que parece esfumarse si abrimos los ojos a la realidad. Es un sueño que tiene nombre e, incluso, fecha de nacimiento. Un sueño que se considera un hijo para todos nosotros y que cobra cuerpo el día que todo se pone en marcha. Y mi sueño iba a comenzar el treinta de octubre: iba a empezar a formarme como profesora de yoga.
Si has leído alguno de mis relatos podrás darte cuenta de que, para mí, el yoga no es solo una disciplina que me ayuda estar tranquila, más relajada, a afrontar los problemas y complicaciones de la vida cotidiana desde un punto de vista positivo y esperanzandor, y colaborar en mi buena salud física y mental. No. El yoga es todo eso para mí, pero por encima de ello se encuentra la razón de que una vez me salvo la vida. Literalmente.
Cuando empecé a leer, comprender y estudiar de qué trataba exactamente el yoga y darme cuenta de que cada uno lo vive una manera diferente, enjendré el deseo de transmitir estas vivencias a más personas y poder otorgar la oportunidad de dar un giro a la vida de otros: a conoceros, a reconoceros, a aceptaros y a cambiar todo aquello que esté en vuestra mano. ¿Qué puede haber mejor que ayudar a las personas a vivir en paz?
Cinco días antes (por motivos que no quiero explicar porque ya he aceptado y guardado en mi caja mental de recuerdos), mi sueño sufrió una enfermedad: iba a estar durante un tiempo paralizado. Como madre de este hijo que llevaba tiempo en mi interior, sufrí. He llorado como hace tiempo que no hacía; he estado cabreada, con ira dentro de mí, con rabia. Mi humor no era el más acertado para tratar con los demás. Y, por supuesto, el yoga había desaparecido de mi vida. Lo único que me calmaba era dormir. Ya sabes, si necesitas que tu mente se vaya a dar un paseo, duerme.
En mi interior había visto el fin de este sueño. No podría crear más. La pérdida de algo tan grande te incapacita durante un tiempo para crear algo aún mayor. Esta situación tenía solución, pero los sentimiento que había en mí no tenían fecha de caducidad.
He continuado con mi vida de una manera mucho más relajada. He desantendido, en la medida en que mi vida me lo permite, mis obligaciones con el único fin de recuperar aquello que se había dormido en mi interior. Me he arrodillado varias noches ante de acostarme, he juntado mis manos y las he colocado a la altura del pecho para implorar al universo, a la energía o aquello que quiera que sustenta y apoya nuestras vidas que me ayudase. Que me ayudase, porque estaba entrando en una profunda tristeza.
Esperaba en silencio en esa situación, atenta a cualquier señal que pudiese recibir. Pero todo se encontraba apagado; denro y fuera de mí.
El martes. El martes todo cambió. El detalle más insignificante del mundo fue la señal que el universo me mandó para decirme que mi sueño, mi hijo, se había recuperado. Ese detalle fue una canción acompañada por el silbido de mi padre. Y recordé.
Durante siete minutos (exactamente desde que comenzó a sonar aquella canción hasta que llegué al lugar donde trabajo) recordé que yo había tenido más de un sueño. Fui bailarina de salsa cuatro años y soñaba con formarme en esta modalidad y expresar con mi cuerpo todo lo que unas notas musicales me transmitían. Recordé que había tenido otro sueño. Escribí durante año y medio mi primera novela y sentí la necesidad de volver a tenerla entre mis manos. Esta novela verá la luz muy pronto; lo sé. Recordé que había soñado con alguien que me amase, me respetase y me acompañase en el camino de la vida. Mi prometido, mi marido, está conmigo. Y lo ha estado durante este tiempo de apatía. Recordé que soñaba con escribir y grbar mi propio cortometraje, y "El Sentido Prescindible" es el nombre de mi primogénito. Recordé que a los hijos hay que dejarlos ir; que no permanecen siempre al lado de sus padres. Y eso fue lo que hice.
Este hijo mío ha volado, pero quiero seguir siendo madre. Tengo un nuevo sueño en vías de cumplirse. Y sé que tengo muchos más.
Todo va a ir bien. Todo volverá a brillar. Hasta entonces, debo continuar.
Con mucho, mucho amor... Alguien que cae cada día.
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