Bilbao.

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Tumbado en la cama, como cualquier otra madrugada. Meditando, pensando, dándole vueltas a mi mente, repasando cada idea que tenía. Descartando las inútiles, apuntando las posibles y planeando las seguras.
Así fue como empezó todo.

Sonó el despertador. Una suave luz iluminaba mi cuarto desde la calle. "Ugh... al final me quedé dormido...", traté de decir entre bostezos, mientras me levantaba lentamente contemplando la ciudad y escuchando aún la alarma. Suspiré. Ni siquiera lo que veía por la ventana parecía lo mismo, incluso eso había cambiado. No era lo mismo verlo sin cogerla de la mano.

Tras desperezarme y varios intentos fallidos, conseguí levantarme, tambaleándome por la falta de sueño. Alcancé la ducha y puse el agua lo más fría posible, tiritando. No sé cuánto rato estuve metido, pero cuando salí llegaba ya tarde a clase. Decidí no ir, no valía la pena.

Me senté en la cocina para desayunar cuando de repente una de las ideas que había tenido la noche anterior volvió a mi cabeza, con muchísima fuerza. Traté de apartarla, de reemplazarla por otro pensamiento. Pero era inútil, a medida que pasaban los segundos esa idea iba consumiéndome más y más. Golpeé la mesa con fuerza (aún recuerdo ver mi mano roja del golpe), y me fui a mi cuarto, dejando el desayuno intacto en la mesa.

Me cambié de ropa, cogí una sudadera, dinero y me tiré en la cama. Desbloqueé el móvil y escribí un único tweet antes de apagarlo. "Fin.". Me lo metí al bolsillo y salí de casa. Tras cerrar la puerta, suspiré.
Ya no había vuelta atrás.

Anduve hasta la estación, esquivando las miradas hacia mi persona de la gente por la calle. Al llegar, me fijé en la pantalla.

AVE con destino a Barcelona: 10:45
AVE con destino a Madrid: 10:50
Autobús con destino a Valencia: 11:00
Tren con destino a Bilbao: 11:10

"Un billete de ida a Bilbao, por favor" pronuncié en taquilla, sin mirar a la joven que me atendió a los ojos. Aún faltaba más de media hora para mi tren, así que me senté y esperé, escuchando de fondo la megafonía anunciando un autobús que venía desde Sevilla. "Menudo viajecito", pensé.

El tren con destino a Bilbao llegará en 10 minutos.

No recordaba que avisaran de cuándo iba a llegar cada tren, pero lo agradecí puesto que me estaba quedando dormido y seguramente se me habría pasado la hora. Bajé al andén y esperé, aunque fue bastante puntual.

El tren era pequeño, no más de seis vagones. Apenas subimos diez u once personas, y dentro había ya otras tantas. Pensé de dónde venía el tren antes de parar en Zaragoza, pero con ese sueño ni siquiera podía encontrar mi asiento. Tuve que pedir ayuda. Qué vergüenza.

No sé cuánto tardé en llegar, ya que cuando logré despertarme había pasado todo el viaje. Apenas quedaban dos paradas más para llegar a mi destino. Estaba nervioso. Muy nervioso. Intenté relajarme, respirando lentamente.

Bajé del tren. Ya había llegado. "Así que... esto es Bilbao", suspiré. Salí de la estación. Llovía. Me puse la capucha de la sudadera y anduve, sin rumbo fijo. A partir de ahí mi plan no dependía de mí, así que tenía que pensar cómo convencerla. Me metí en un portal haciéndome pasar por un vecino que se había dejado las llaves, y una vez dentro encendí el móvil. Antes de que me llegaran los mensajes de toda la gente, puse el modo avión y desinstalé tanto Twitter como Whatsapp. Quité ese modo y abrí la agenda.

- Qué quieres de mí, por qué me llamas.
- Voy a ser breve. Estoy en Bilbao, cerca de la estación. Me iré en media hora si no vienes a verme.
- ¿Pero qué?

Colgué. No quería malgastar saliva por teléfono. Me acerqué a la puerta principal de la estación y me apoyé en una pared cercana, aunque terminé sentándome por el cansancio. No se descansa bien en un tren. Puse la alarma para dentro de media hora y cerré los ojos.

- ¿Danii?

Abrí los ojos, sin levantar la vista. No podía mirarla.

- ¿Danii?
- Sí, ya te he oído.
- Pero... ¿qué haces aqu... por qu... cómo has...?
- Cierra la boca.

Me levanté, notando mi sudadera escurriendo agua. Ella me ofreció su paraguas, pero lo rechacé, aunque insistió varias veces.

- No vengo a lo que debí haber venido. Solo quería decirte adiós.
- ¿Adiós? Llevamos meses sin hablar, dijiste que desapareciera. ¿Por qué vienes aquí a despedirte?
- Porque eres la única persona que se merece una despedida cara a cara.

Levanté esta vez sí la mirada, penetrante. Ella se fijó, y la bajó. Notó una extraña fuerza en mis palabras que no esperaba encontrarse. Fijé los ojos a los suyos.

- No sé si deberías estar aqu...
- No, no debería.-interrumpí.
- Entonces por qué...
- Se acabó. Ojalá hubiera venido hasta aquí para poder estar contigo. Pero ya no quiero estar ni conmigo mismo.

Trató de acercarse y di un paso atrás. Comenzó a llorar, creo. No pude verlo bien y no quise preguntar.

Se quedó todo en silencio.

- Adiós, Laura.

Me di la vuelta, notando su mano lanzándose contra mi brazo para agarrarme, y yo esquivándolo con una sacudida. Extendí los brazos, miré al cielo y suspiré.

- ¡Danii! ¡Danii, para!

Comencé a andar, recto, sin mirar atrás. Notando la lluvia caer sobre mí, escuchando cada vez desde más lejos sus gritos. Tiré las gafas al suelo y seguí caminando. Bilbao se difuminó entre lluvia y lágrimas frente a mí.

Desperté. Estaba en mi cama, empapado de sudor. Sonaba el despertador. Me quedé quieto mirando al techo. Suspiré. Aquella loca idea había sido producto de mi mente. Volví a suspirar, más fuerte. Nervioso.

No podía quitarme la idea de la cabeza. Me incorporé y fui frente al armario, corriendo. Abrí las puertas de par en par, sacando una sudadera y cogiendo algo de dinero. Ya era hora de cumplir alguno de mis planes.

- Bilbao, allá voy.

 


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