Primero, el eco de sus pasos, el vibrante latido de su corazón, el ruido de la sangre de sus venas, luego el ruido, inacallable, de sus pensamientos y de aquella voz apenas un murmullo, y no había nadie que pudiera interrumpir la corriente de sus lamentos ni aquella querella que se orquestaba, sin embargo, enmudecida, al respecto de la moral y el bien y el mal.
Levantó la mano y salió de la habitación. Una vez más, el eco de sus pasos tras de él y la sensación de no ser, tanto como de no existir por desconocer el motivo de su propia existencia. Y el otro murmullo todavía estaba ahí y casi parecía coherente, y casi parecía tener la razón, pero él no podía dársela y abandonarse a la voluntad del otro; no podía ceder y así perder el control.
Levantó la vista, pero no el rostro y se miró a los ojos en el espejo ¿cómo había llegado hasta ahí? se preguntó primero, aunque luego decidió que en realidad no importaba, nada importaba. No, nada lo hacía, por desconocer que, en efecto, sí lo hacía. Dos manchas oscuras crecían alrededor de sus ojos en medio de su pálido rostro, colorados forúnculos eran lo único que parecía vivo en aquel semblante, pues sus labios, al igual que sus ojos, habían perdido toda su vitalidad.
«Está bien, murmuró el otro, date un descanso, acabemos con esto de una vez».
-No puedo-apenas podía resistir de pie.
«Tú no tienes que hacer nada, sólo tienes que cerrar los ojos…»
-NO-lo interrumpió, y, tras abrir el grifo del agua, se enjuagó el rostro hasta que los ojos se le pusieron rojos por el cloro, con eso consiguió mitigar por un momento la otra voz, pero sabía que volvería, siempre lo hacía.
«Eso no funcionara por siempre, y lo sabes» ¿Pero era él o su otro yo quien hablaba ahora? Sí, lo sabía, no conseguiría resistir a este ritmo ni una hora. «Sólo hazlo, sólo déjame salir, ya verás lo bien qué se sentirá, de cualquier modo ¿qué importa? Dime, ¿cómo está ese destrozado corazón tuyo? Yo puedo cerrar esas heridas»
-No puedes-fue entonces consiente por primera vez de que murmuraba en voz alta y de que aún permanecía, contra su voluntad en el baño: Estaba perdiendo el control.
«Muy bien, no puedo; no puedo cerrar la herida, pero puedo… hmm… cauterizarla. Déjame salir y te juro que esa vieja herida no volverá a molestarte nunca más»
-Está mal-aunque era evidente que la otra voz lo había conmovido con sus argumentos.
«¿Qué importa?, pues, ¿qué es lo que está bien y lo que está mal? ¿dónde está la línea que divide estás dos y quién la puso ahí?» Sus preguntas parecieron paralizar al chico por un momento, luego, cobrando conciencia de lo que había estado a punto de hacer, volvió a enjuagarse el rostro y salió al pasillo con esa bien conocida sinfonía tras de él: la de sus pasos, ¿o era, el espasmódico ritmo de su corazón lo que en realidad oía y que tomaba por pasos?
Sentado, de nuevo no recordaba haberlo hecho, alzó la vista y miró el reloj: 10:09. No lo lograría, aún faltaba demasiado y el otro no se callaba.
«Sólo hazlo, acabará pronto», decía. «Yo puedo ponerle fin», prometía, aunque a él le resultaba imposible creerle: la última vez… la última vez…
-¿Le ocurre algo?-¿de quién era esa voz?
-No-mintió. Tras los anteojos, le miró extrañada, pero no le dio más importancia y se dio la vuelta.
«Hazlo ahora. AHORA»
-No-negó en voz alta.
La mujer de los anteojos
(¿quién es ella y por qué no puedo recordarla?)
se volvió una vez más en su dirección, y está vez, acercándose, volvió a inquirir:
-¿Te encuentras bien?-pero él apenas podía oírla, sus pasos tenían mucho eco. Pasos, estaba de pie, junto a la puerta.
-Me duele la cabeza-susurró, anadeando hacía afuera.
-Espera, no puedes salir.
(mala elección)
Y de nuevo estaba sentado, cómo si su anterior recuerdo fueren solo imaginaciones suyas, como si todo lo que había vivido o que creía haber vivido no fuere real. Levantó la vista y miró el reloj: 11: 27. Había perdido más de una hora, pues no recordaba ni un solo segundo de esta. Temeroso, bajó la vista y luego volvió a subirla, todavía eran las 11:27. La profesora se acercó
(ya la recuerdo)
e, inclinándose en su dirección, revisó los apuntes del cuaderno del chico y, tras erguirse sobre su espalda siguió caminando.
El chico levantó la mano,
-Sí, dime.
y desenfundó la pistola.
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