EL IMÁN DE PLANETAS (2ª parte)

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                                                          EL IMÁN DE PLANETAS (2ª parte)

-Pero abre los ojitos de una vez, chiquillo – le dijo su mamá riendo.

Lo que vio Eduardo le dejó tan maravillado y con la boca abierta que no supo que decir.

¡En el cielo se podían contemplar, con gran claridad, todos los planetas sobre los que había leído en el libro! Todos esas esferas del espacio estaban más cerca incluso que la Luna.

Eran tan redondos, tan brillantes y de tan bonitos colores. Allí estaban los siete compañeros de la Tierra. Mercurio tan chiquitín, Venus que parecía hecho de fuego, Marte tan rojo, Júpiter era enorme, Saturno con el anillo tan bonito que le rodeaba, Urano con ese azul brillante y Neptuno tenía el color del cielo. ¡Todos, todos, todos estaban cerquísima de la Tierra!

-Papá, papá ¿cómo lo has hecho? ¿COMO LO HAS HECHO? – gritó emocionado Eduardo.

-Mira pequeño, fíjate en esto.

Jorge sacó un imán del bolsillo y con él atrajo un pequeño muñeco de metal que era uno de los juguetes de Eduardo.

-¿Ves? Los imanes sirven para atraer cosas. Con mucho trabajo y con la ayuda de unos amigos que viven en Portugal, fabricamos un imán mega-gigante, muy muy muy potente y con muchos botones también. De ese modo, fuimos acercando los planetas a la Tierra, de la cual aprovechamos su centro gravitatorio y a nuestro planeta le unimos el imán y esté actúo como si fuese como un altavoz de la atracción terrestre. Uno tras otro, primero Venus, luego Marte y así todos. ¡Y aquí están, los hemos traído muy cerca de aquí!

-¿¿Tu sabías todo ésto del imán, mama?? –preguntó el chiquillo ansioso.

-Claro, hijo, tu padre me lo fue contando todo- le dijo riendo Irene – Pero ahora viene lo mejor. Con un cohete en el que yo siempre monto, pues tú y tus amiguitos podréis venir conmigo a visitar los siete planetas. Otros niños de otros lugares también podrán ir en otras naves.

Eduardo nunca había estado tan contento en su vida: podría viajar a otros planetas igual que Rick, el protagonista del juego “Lodfik”.

-¡¡¡¡BIEN!!!!- gritó y luego fue a buscar a sus amiguitos para decírselo.

———–

El viaje del cohete comenzó y luego a llegar, con un vehículo de ruedas muy fuertes, Eduardo y sus amigos fueron recorriendo todos los planetas: ¡desde todos ellos se veía la preciosa Tierra!

En el diminuto Mercurio miraron como las montañas estaban hechas de agua y el suelo parecía como si tuviera muchas pecas.

En Marte todo todo se reflejaba rojo: las naves, los vehículos de ruedas y los propios niños eran envueltos por una luz colorada. Además había un enorme pantano de hielo donde se podía patinar durante kilómetros sin parar.

En el misterioso Venus, los niños hacían dibujos en la arena y los vientos de allí nunca los borraban. Además las nubes parecían hechas de queso.

En el inmenso Júpiter, salió un bello arcoíris por la noche (¡tenía 22 colores!) y además había un larguísimo tobogán de piedra donde los niños se tiraban una y otra vez. ¡Hasta la mamá de Eduardo lo probó!

En el azul Neptuno, los volcanes no echaban fuego sino que si le decías tu nombre, ellos te decían el suyo con voz muy amable.

En el extraño Urano, había mares de color amarillo y sus olas estaban hechas de algodón. Cuando estas olas te tocaban eran muy suaves y blandas.

Por último, en el fantástico Saturno todos montaron en sus anillos, que lo rodeaban y giraban como un carrusel. Así, cada niño montó en un círculo y todos comenzaron a dar vueltas, muy divertidas, alrededor del planeta. Además si la Tierra tiene solo una luna, Saturno es dueño de ¡diez! Todas maravillosas y bellas.

Ir por los 7 planetas fue como ir a Disneylandia pero en el espacio.

Cuando regresaron a la Tierra, el niño y sus amigos tenían la cámara llena de mil fotos geniales que habían hecho cada uno.

Luego, los pequeños fueron llevados al país de Portugal a ver el imán super-gigante y vieron como tenía 7 botones: cada uno tenía escrito el nombre de cada planeta y cada uno activaba una parte del imán que atraía, cerca de la Tierra, un planeta distinto. ¡Así era como funcionaba!

Entonces, su papá le dijo a Eduardo:

-Ahora debes recordar lo prometido. Intenta acordarte.

Él se quedó pensativo, buscando en su memoria lo que le había susurrado su papá el otro día. Ahora entendía lo que le había dicho al oído.

-¿Tengo que dejar que devuelvas los planetas a su sitio, no?- dijo el niño con tristeza.

-Así es, cariño. Esa era la promesa. –sonrió Jorge.

-¿Pero, papá, no pueden quedarse los 7 planetas al lado de la Tierra? – preguntó Eduardo haciendo pucheros con la boca otra vez.

-No puede ser cariño, tenemos que devolverlos a su sitio porque si están más tiempo cerca de la Tierra se estropearán. Sin embargo, estarán aquí una noche más y aún podrás verlos un poco más.

El niño se conformó con esto: tenía que ser así.

Al día siguiente el papá de Eduardo fue apretando los siete botones otra vez y los planetas fueron empujados cada uno a su sitio por el imán, que ahora funcionaba al revés.

Eduardo se puso, de nuevo, un poco triste viendo como los siete mundos se alejaban pero también estaba muy contento porque, tal vez ¿había vivido la mayor aventura de su vida?

Entonces, su papá le dijo que quedaba algo que era aun mejor:

-Eduardo, y por fin la última sorpresa: mis amigos de Portugal y yo haremos, dentro de dos años, un imán todavía mejor que éste. La próxima vez, este segundo imán traerá, cerca de la Tierra, otros mundos del universo y que serán todos muy bonitos. Además gracias al nuevo y más grande imán, esos planetas podrán estar más tiempo. Entonces, todos los niños de la Tierra podrán visitarlos y ¿sabes qué? Tú serás el primero en ir a esos mundos increíbles y mamá y yo te acompañaremos.

Sus papás, Irene y Jorge, rieron y abrazaron al niño al que querían muchísimo.

Eduardo quedó muy asombrado y también ilusionado . ¡La mayor aventura de su vida aún estaba por venir!

FIN

Escrito por Txus Iglesias


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