La joven madre regresaba de la compra, sonriente y feliz de poder después de su reciente segunda maternidad haber podido suscitar los halagos de aquellos hombres de la construcción, cuando la piropearon.
Reyes entró en su humilde morada encontrando como era asiduo a su marido durmiendo la borrachera, cada día la normalidad en su vida la iba encarcelando, jamás hubiese llegado a pensar que todo cambiaría de una manera tan abismal, cuando se casó con él.
Uno de sus grandes logros fue aquel, cuando su padre el Tío Matías le daba la aprobación para casarse con Luis al que todos llamaban ahora, el payo.
Cuando le conoció tan solo tenía dieciséis años frente a los treinta que contaba él cuando nació su primer hijo. Ahora Reyes con veintidós años era una hermosa mujer, de larga melena y espectaculares curvas. Una fuerza llena de coraje para sacar a sus dos hijos adelante, y un amor destruido por la vagancia que Luis mostró, poco tiempo después de unir sus vidas. Añadiendo a aquel infierno la bebida que desencadenaba un cúmulo de insultos verbales y algún que otro golpe que de momento, no habían dejado marcas en Reyes, lo que hacía incrédula su historia cuando se la intentaba confesar a su madre.
Cuando aquella situación se daba, que venia a ser a diario, la joven intentaba proteger a su hijo escondiéndolo en una de las habitaciones, pero las palabras vejatorias de su papa traspasaban las delgadas paredes, trastocando los sentimientos de aquel churumbel.
Aquella noche en cuestión, todo sería diferente, el payo había empapado una vez más su cuerpo de alcohol, esta vez mezclado con la sustancia que ella le había suministrado, y destilaba insultos e injurias sobre Reyes, cuando el pequeño escuchó como su madre perdía la paciencia y harta de ser ella la insultada, llamó capullo a su padre. A partir de ese momento la pelea parecía favorecerla a ella, ya que sus palabras eran un ir y venir de explayados vocablos hirientes sobre su marido, el rencor acumulado se desató y corría por aquella habitación haciéndola ganadora en aquel momento. Tan solo el silencio se hacía eterno cuando el niño dejó de escuchar a sus padres, una larga pausa se apoderaba y cubría aquella estancia, rota por un instante. Era aquella una letanía que en otras ocasiones había escuchado hacer a su madre pero esta vez se le unían otras palabras y otro son, con mucha rabia Reyes decía: ¡Maldito seas payo! ¡Está vez no me importa que el sortilegio no haga efecto! ¡¡Yo seré quien te haga callar de una vez y para siempre!! …
Nada se oía, todo era un sepulcral silencio, poco a poco Luisin abandono la posición en la que estaba, dejó de abrazar sus piernas y se puso de pie, se acercó a la puerta pegando su oreja en ella antes de abrirla. Un chirrido tenebroso se escuchaba mientras el niño la abría, asomando su cabeza por la abertura. Mientras caminaba despacio hacia la habitación que quedaba enfrente, veía a su madre en ella y a su padre sentado en una silla...
Reyes estiraba el brazo hacia arriba con todo el ímpetu que podía, y en cada puntada su voz soltaba un improperio cada vez más humillante al payo.
El niño avanzo rápido y llegó al lado de su madre y mirándola a los ojos con satisfacción le dijo: ¡Bien hecho mamá así ya no abrirá más la boca para hacerte daño!
©Adelina GN
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