Fui a llamarla.
No despertó.
Estaba muerta.
No tenía apariencia de ausente,
pero lo estaba.
Moví su cabeza,
que se mostró fría, inerte,
rota por del destino
de un mal presagio
con nombre de un amor
envenenado y sucio.
Fui a llamarla
con lágrimas en los ojos,
muerto como ella,
para despedirme
cuando todo había finalizado.
No contestó, pese a mi insistencia.
Ya no estaba,
aunque veía su cara roja pálida,
sus ojos sin alegría,
mientras los mías lloraban
por el desperdicio de las horas,
de aquellos días que huyeron.
Ya no quedan respuestas,
supongo que por no formular
las preguntas oportunas
en la etapa que fue auténticamente nuestra,
si es que no la he soñado.
Ha pasado mucho tiempo.
Ahora he decidido llamarla,
y no está, aunque la veo.
Se ha ido, se la han llevado:
nada es como soñamos.
Fui a llamarla
tras el milagro del encuentro pasado.
Era tarde: ya no estaba.
Había muerto,
y con ella quienes le amamos.
Juan Tomás.
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