Polvo matutino

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Me encanta que me despiertes por las mañanas para follar, cuando aún me debato entre sue-

ños húmedos contigo en un mundo de fantasía en un campo de mil flores con castillos medie-

vales en el horizonte, arco iris en los cielos azules, bañados por la lluvia de los ojos de Dios

que llora de felicidad al vernos retozar salvajes y libres. Entonces todo se empieza a derrumbar

y el sueño da paso a la realidad, esa en la que tú, guarrilla desbocada, estas chupando mi po-

lla tiesa como una piedra mientras yo aún me sacudo el sueño intentando comprender lo que

pasa hasta que llegan a mis receptores dormidos el júbilo y el placer. Intento vanamente pen-

sar como eres capaz de quitarme los pantalones y los calzoncillos sin que me entere, pero no

importa porque veo tu cara entre la penumbra de los primeros rayos de la mañana entrando por

la ventana e intuyo tu mirada lasciva, hambrienta e indecorosa. Me sonríes y caigo derrotado

para atrás otra vez al tiempo que acaricio tu suave pelo y tiro de el para decirte que estoy a

punto de correrme. Entonces suavizas el ritmo. Dejas de masajearme las pelotas para pasar a

chuparlas directamente. Subes con tu lengua desde allí hasta la punta de mi clímax y vuelves

a descender injuriosa, lenta y húmedamente, como a mí me gusta. Poco a poco voy despere-

zándome pero, antes de que pueda reaccionar, ya te has practicado el harakiri vaginal con mi

polla que se mantiene tiesa ante la adversidad de tu embestida salvaje. La máquina de dos ejes

comienza a funcionar. Las piezas se ensamblan a la perfección y la cosa comienza a calentar-

se por la fricción. Los motores comienzan a gemir y entonces agarro fuerte tus caderas y te ta-

ladro como espero, supongo y creo que no te han follado nunca; impulsado por la fuerza propia

de quien empieza a trabajar por la mañana después de un buen descanso. Ahogas tu grito mor-

diéndote los labios que parecen a punto de sangrar mientras tus pequeñas tetas están dispu-

estas a salir volando. Y cuando estoy a punto de correrme en tu alma te tumbo sobre la cama

para desayunar de tu coño húmedo y cálido. Te agarras fuerte las piernas porque la montaña ru-

sa esta a punto de empezar. Temblorosa te agitas y me haces prisionero entre tus piernas. Y

yo sigo y sigo chupándote para encontrar una salida a tu grito que clama por salir y sigues man-

teniendo ahí cuando oímos a la vecina de arriba andar de aquí para allá con sus tacones de eje-

cutiva y los dos nos planteamos la posibilidad de que nos oiga, lo cual no hace sino darle más

morbo al acto. Al fin me liberas y sueltas un pequeño gemido casi inaudible. Y cuando crees

que todo a terminado, entonces es cuando empieza lo bueno. Como loca, mi polla busca tu

coño. Arrinconado, lo pilla por sorpresa y lo asesina sin piedad. Tú lloras de gusto y yo, volvién-

dome loco por completo, te follo. En pocos segundos te relleno con mi esencia. Apretas mis

nalgas, ¿es posible que te hayas corrido otra vez? Entonces nos besamos y nos reímos, nos

reímos y nos besamos. Te digo que te quiero y eso te excita sobremanera. La chispa vuelve a

saltar. ¡Tres veces esta mañana! Empiezo a penetrarte de nuevo suavemente, muy suavemente.

Ahora es cuando hacemos el amor. Cuando nos acariciamos y nos mordisqueamos las orejas,

cuando saboreamos nuestros labios, cuando me abrazas con tus piernas, cuando nos balance-

amos al tiempo, cuando me susurras más y más una y otra vez, cuando apretas mi hombro y

yo vuelvo a inundarte de mí antes de desfallecer a tu lado.


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