Decidí morirme para encontrar placer en el viaje. Ahora no tengo limitaciones ni económicas, ni temporales. Disfrutaré observando el eterno con mi paso andante y no me cansaré en perder mi virginidad a través de mi olvido. No existo, más que para mi y para el éxito en un lenguaje que no conozco. Me he convertido en un autómata viajero y en un electrón cansado de voltear sin rumbo. Me gusta que las personas respiren a mi alrededor. Nunca sé quienes son. Sus caras no son desconocidas y su halo es de forasteros ásperos. Los considero actores de una vida ajena a la que vendí por no querer hipotecarme con la trivialidad de la típica familia feliz. A ellos les susurro en el oído cuando me acerco y se aterrorizan por mi presencia-ausencia, imposible de materializar con dignidad.
Soy un polisón universal de constante cambiante y ultrasónica metamórfica; fantasma me dirían algunos o viajero del más allá dirían otros.
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