Idea fugaz para una novela

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De vuelta a casa siempre solía ir comiendo una bolsa de chaskis. Desde la parada de autobus hasta mi casa había un kilometro, en esos metros había varias casas con vecinos, pero la que más me llamaba la atención era la de Lao Cárcoba. Era un señor mayor de unos setenta años, con el pelo gris algo largo, siempre engominado, alto, con algo de barriga, y ojos oscuros penetrantes. Siempre tenía algo antiguo entre manos que arreglar. Cada vez que yo pasaba por delante de su casa escondía mí aperito, sabía que yo no le gustaba y me daba verguenza que me viera comer. Si yo no le decía hola o adios él no me decía nada, si saludaba era un gruñido sin dirigir la vista jamás hacia mí. Una vez al pasar me hechó la bronca porque mí perro había pasado por su huerta corriendo, algo sagrado para él, su huerta. Tiempo después mi perro murió, supe que él siempre tuvo algo que ver. Pero para  mí familia era un tipo que caía bien. Mi padre le llebaba cosas para arreglar, cuando las traía yo me escondía en mi habitación hasta que se iva. Después me reñian por no haber saludado. Pero me daba igual, no me convencía y seguro que se cargó a mí perro. La ultima vez había traido de su huerta para mi padre alubias y más verduras. Yo me negué a comer todo lo que traía ese hombre, -¡eres igual que tu tia Aúrea! dijo mí abuela  desde su mecedora, en la que pasaba el día mirando por la ventana. Como se notaba que mi abuela estaba envejeciendo. Antes, jamás nunca se nombraba a mí tia Aúrea. Esta, cuando tenía veinte años iva de camino al colegio de monjas que está a cuatro kilometros de mí casa y se la tragó la tierra, estaba  magisterio. En mi casa nunca oí hablar de ella pero mis amigas si, incluso una me dió un recorte de periodico en la que salía su clase porque se ivan a Roma a ver al Papa. Hay muy pocas fotos en mí casa pero todas las escondió mi abuelo para que mi abuela no la recordara. Por lo que me digeron mis amigas mi familía estaba convencida de que se había ido por su voluntad. Nadie me hablo de ella jamás, mí madre era una niña cuando pasó y tambien hizo por borrar sus recuerdo de mi casa. Es como si hubiera pasado un pecado en la familía y no quisieran llamar la atención. Se dijo en el pueblo algo de un noviete, pero fué extraño. Aveces me la imagino en Francia o Alemania, viviendo la vida que yo quisiera tener, lejos de esta familia llena de secretos que cuanto más quieren tapar, más se me muestran ante mis ojos. Me gustaría buscarla pero igual no quiere que la busquen o encuentren. Aveces me gustaría irme como ella. Una vez que vino Lao dijo que hay locos cuerdos y cuerdos locos, lo decía como broma. Pero a mí se me quedó grabado. El día que mi padre encontró en el desbán una plancha de carbón completamente roñosa me mandó que se la acercara a casa de Lao. Ese sia diluviaba, me puse chubasquero y me puse botas de agua. Llegué rapido, la casa era un chalet del siglo dieciocho, la puerta estaba abierta, le llamé, no contestaba nadie y entré, fuí habitación por habitación y le escuche decir que estaba con una gotera y que bajaba enseguita, justo cuando entraba en una habitación oscura en la que la luz de la ventana iluminaba una mesa llena de libros, boligrafos en un estuche. Me fijé en  los libros de un montón, tenían el logotipo de las monjas de Torreblanca, el colegio donde iva mi tia a estudiar. Habrí uno de los libros llenos de polvo y el nombre de mi tia estaba escrito en la primera pagina, vi que sobresalía un papel del mismo libro. Le saqué y ví que era el  mismo recorte de periodico que me dió una amiga, meses antes de desaparecer mí tia, donde se la podía ver junto con sus compañeras sonrrientes. Seguramente su última foto en vida. 


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