Greetings from Argentina

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Ella se llamaba Susan y era de Massachusetts.

Ni me pregunten cómo la conocí porque la verdad es que no me acuerdo.  Tenía los cabellos rubios ¿De qué otro color iba a tenerlos? Era tímida y a veces tartamudeaba en inglés, por ejemplo: I am a stutterer.

Susan me solía decir muchas frases cuando viajábamos en la montaña rusa del porro  y del sexo pero yo, que manejo bastante bien el idioma inglés, a veces no le entendía nada.

                Todo sucedió en 1994, el año de mi divorcio.

                En el gélido invierno porteño de ese tiempo extraordinario.

                Por aquellos meses yo tenía un amigo astrólogo, pero un astrólogo de verdad. Al comenzar el año me había dicho que me cuidara pero como comprenderán,  no le hice demasiado caso. Algo pasaba con el Sol en mi Casa 12, algo que a mi amigo no le gustaba nada.  Al parecer  yo estaba por ser ametrallado por los astros.

                Pero lo cierto es que Susan era gentil, menuda e irresistible. A mí me resultaba bella a más no poder.  Usaba flequillo y solía llevar el pelo sujeto por detrás. Prácticamente me sacó una foto con flash a veinte centímetros de la cara. Quedé ciego por la luz, no veía nada.

                Entonces  me dediqué a seguirle la corriente.

                La rubia había llegado a Buenos Aires huyendo del Mundial de Fútbol en su país. Tenía numerosos ancestros ingleses  y a su padre le gustaba mucho ese deporte.

                -I hate soccer. –me dijo en la primera tarde de intimidad.

                -A buen lugar llegaste. – le contesté con sarcasmo.

                Pero en la cama chocaban los planetas.

                Estar con ella era como estar en un estreno de Hollywood. 

Era atravesar la alfombra roja de un film de ciencia ficción.

                “Amo esta tierra”, me dijo en un atardecer de Puerto Madero pero lo cierto es que no le gustaba ni el tango ni la carne asada. El vino sí, el vino sí le gustaba. Yo anduve con ella recorriendo el país y no la dejaba ni a sol ni a sombra. Incluso la llevé a algunas reuniones familiares.

Recuerdo que mis amigos criticaban mi conducta.  Les parecía demasiado apresurado para un tipo que hacía muy poco tiempo que  se había divorciado.

Pero la verdad es que no reparé ni en ellos ni en el astrólogo.

Y una tarde, en Mendoza,  visitando bodegas de vinos y catando de cada vino un poco nos embriagamos más de lo conveniente.

                -¿Quién es Maradona? –me dijo mientras intentaba hacerla entrar en la habitación con las pocas fuerzas que me quedaban.

                Ella no era de Boston. Ella para mí era griega y era una diosa.

                Hasta que terminó el Mundial y las semanas pasaron porque ya se sabe que todo pasa en este mundo.

                La acompañé hasta Ezeiza y la despedí en el Espigón Internacional. Me dejó su teléfono y su dirección en Massachusetts pero los dos sabíamos, íntimamente, que era muy difícil que nos volviéramos a encontrar.

                Meses después, cerca de Navidad, comencé a extrañarla mucho. Supongo que tuve algo así como un stress post traumático.  Y allí tomé noción que necesitaba despedirme definitivamente de ella pero de una manera precisa y formal.

Entonces le envié una postal, con la foto del Obelisco y escribí lo único que se me ocurrió en ese instante.

“Greetings from Argentina”.  – puse en el sobre.

Y después nunca la pude olvidar.


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