Emigrante a Marte. Comienzo del viaje.

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En la pista de despegue, delante de la pequeña nave espacial, se encuentran los cuatro pasajeros con sus blancos trajes de astronautas. Entre ellos están Ana y Juan, una pareja de biólogos que al igual que sus compañeros de viaje han decidido emigrar a Marte.

Juan observa la nave espacial que les llevará hasta el espacio. Todavía le sorprende su pequeño tamaño en comparación con las antiguas, que tenían grandes cohetes para salir al espacio. Sin embargo ésta no debe medir más de seis metros de altura y parece un avión puesto de pie sobre el asfalto. Para impedir que se caiga, está apoyado sobre una infraestructura de hierro.

El tamaño de la nave es debido a que sólo sirve para ir de la Tierra al espacio, donde se encuentra la gran cosmonave que les llevará a su destino. Está preparada para realizar más viajes en los que irán subiendo pasajeros o remolcarán piezas para la cosmonave.

Juan oye un pequeño estornudo de Ana, y al mirarla, observa su incomodidad, enfundada en el traje espacial que la hace aumentar su delgado cuerpo en el doble del tamaño. Es menuda, sólo le llega a los hombros, a pesar de que Juan no llega al metro ochenta de altura.

Sabe que esta vestimenta es sólo una medida de seguridad y los cascos, que lógicamente ahora llevan abiertos, les pueden permitir respirar el oxígeno que llevan en el soporte vital que cuelgan de la espalda. A pesar de ello no cree que si se produjese un accidente en el espacio pudiesen sobrevivir.

Decide no intentar reconfortarla, ya que teme que se arrepientan y prefieran quedarse en su planeta. A estas alturas no les devolverían el dinero del viaje, y para poder pagarlo tuvieron que vender su casa y la que heredó su pareja de sus padres.

Por fin aparecen en una camioneta los pilotos y unos operarios que les ayudarán a subir a la nave espacial. Con poca habilidad van subiendo los pasajeros y entrando dentro de la nave. Primero los dos compañeros de viaje, después Ana y en último lugar Juan.

Dentro de la nave todo es gris metalizado, menos el salpicadero negro donde se encuentran los mandos de la nave, en los cuales brillan leds de múltiples colores, que contienen información desconocida para Juan. Como era de esperar la cabina es muy pequeña, apenas caben dos hileras de asientos, la primera fila donde irán los dos pilotos y en la segunda donde están apretados los cuatro asientos de los pasajeros. La mayor parte de la nave se dedica a los motores y el combustible.

Teniendo cuidado de no dar un codazo a su pareja al sentarse y con bastantes problemas debido a los gruesos guantes, Juan consigue sentarse y ponerse el cinturón de seguridad. Desgraciadamente, los trajes espaciales no quitan el olor al sudor que desprende alguno de los pasajeros.

Si no fuera por sus nervios podría admirar el cielo azul que se ve desde la cristalera delantera, pero le es imposible mantener la mirada en ningún punto.

Cuando entran los pilotos cierran las puertas y empiezan a pulsar botones y palancas, esperando el momento que la torre de control les dé permiso para despegar. En algunos viajes los pasajeros se ponen a gritar emocionados en el momento de comenzar a acelerar al cielo, pero Ana y Juan aprietan fuertemente los reposabrazos y cierran los ojos para que pase este momento lo antes posible. Aunque debido al fuerte ruido de los motores, el brusco movimiento vertical de la nave y los latigazos laterales que tienen por el fuerte viento, les es imposible mantener la calma.

Después de unos interminables minutos, el ruido prácticamente desaparece y el movimiento se vuelve más suave. Por fin se animan a abrir los ojos y ante ellos pueden observar la oscuridad del espacio salpicada con pequeños puntos blancos brillantes.

Juan nota como podría flotar debido a la ausencia de gravedad, si no fuera por el cinturón de seguridad.

Por fin los pilotos avisan de que están llegando a la cosmonave.

No es fácil adivinar la forma definitiva que tendrá, ya que es como un lego gigante al que brazos metálicos de la propia cosmonave se encargan de ensamblar las distintas partes. Esos trozos, algunos mayores que la nave en la que viajan, están recubiertos por una especie de plástico duro que se hincha y que sirve para amortiguar los golpes de los meteoritos. A pesar de los múltiples videos que Juan ha visto, le sigue pareciendo asombroso cómo es posible montar una nave en el espacio; pero según unos estudios que se realizaron hace años descubrieron que era más fácil y menos arriesgado ir subiendo partes pequeñas al espacio que la nave completa.

Al sentir la mano de Ana sobre la suya vuelve su atención dentro de la cabina. Ambos se miran con una sonrisa de felicidad, que transmite todas las esperanzas que tienen en ese viaje que les llevará a su destino. Marte.

 


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