LA JOVEN DEL SOMBRERO CARMESÍ - Cuento para adultos 1 Parte

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Érase una vez…una ciudad llamada Madrid, en la cual sus habitantes llamaban al precioso parque, el pulmón, ya que allí se abastecían del aire que a causa de la polución carecían sus calles.

Dulce era una joven que contaba ya, con dieciocho primaveras, muy bien llevadas por supuesto, eso os lo puedo asegurar, pues si comienzo desde estas primeras líneas a subirme de tono dando detalles de como iba vestida aquella mañana, al terminar el cuento aún escribiéndolo en tono para adultos puede que aquel sombrero carmesí que la joven lucia siempre, por tenerlo como amuleto, llegare a convertirlo en uno, que luzca por su apasionado rojo encendido…

Así que comenzare suavizando la escritura contando que su indumentaria era la adecuada para pasear por aquel recinto de naturaleza haciendo lo que hacia cada mañana por expreso deseo de su madre que siempre encontraba la excusa perfecta para que minutos después de salir de su casa y emprender la caminata, la llamaba al teléfono informando a Dulce de que su abuela necesitaba cualquier cosa para que ella se llegase sin remedio a visitar a la abuelita…

Y así seria como aquel precioso día de primavera, las cosas pasarían como cada jornada de ejercicio matutino…puede que así como os cuento o puede que no, que la historia cambie para vosotros los adultos…

Dulce salió de su casa sobre las nueve de la mañana, situando bien sobre su cabeza frente al espejo el sombrerete veraniego color carmesí que le traía la buena suerte, para entonces aún refrescaba un poco, así llegando al parque cuando el calor comenzase a sofocar más, ya podía descansar en la hierba húmeda de uno de sus jardines.

Una vez a las puertas del vergel se agachó con un provocativo movimiento involuntario para atarse las zapatillas...

Mandando el complemento que cubría su larga melena a los pies de otro viandante deportista como ella que comenzaba allí ese día su corta caminata.

¡¡ Jolines !! dijo ella…

Perdón caballero, no quise molestarlo…se disculpo de él cuando a su paso casi el señor por no pisar su caperuza para el resguardo del sol, por poco da con sus huesos en el suelo, por aquello y por que descubrió en su intento de anudarse los cordones aquellos suculentos glúteos que se intuían debajo de sus mallas blancas…debido a que aquella pieza de ropa interior que debía ocultarlos no lo hacia…por ser de unas dimensiones tan pequeñas.

¡¡ Puff !! porqué poco no he caído…dijo él, continuando con una excusa que causo la risa a Dulce…

Y es que a cierta edad uno no debe tener estos encontronazos con la naturaleza…

Echándose los dos a reír a causa de sus palabras, cuando ya por aquellos instantes estaba solucionado el estimulante modo de acordonarse el calzado. Se presentaron entablando una cordial conversación que les detuvo de aquel camino que los dos habían comenzado en puntos diferentes, pero que les unió por azahar en un punto concreto…la naturaleza, lugar alejado de la urbe.

¿Hola, quién eres?…decía, comenzando a hablar ella.

Encantado…¿Qué tal? Preguntaba él.

- Pues que a pesar de mis dieciocho años recién cumplidos aquí me tienes ya ves, poniéndome en forma

Y yo, y yo, un tanto de lo mismo le contestaba él

Mientras ella le seguía interrogando

Pero tú no tienes aspecto de tener esos años, ¿no es verdad?

¿Qué lo dices por el tropezón? ….

Pues no será por mi aspecto, el que me creo merecedor de representar algunos años menos de los que tengo

¿Es así o no? Volvía a preguntarle

Sin discusión alguna la verdad es que pareces joven

Pues no te centres en las apariencias, y aunque me llamen de modo coloquial mis amigos “lobezno”, mi nombre es Enrique.

¿Y a ti como debo llamarte, bella damisela?

¿Cómo debo llamar a quién a acaparado las primeras horas de mi día de caza? Correspondía con galanterías después de aquel discurso sobre, cómo le llamaban, le había apartado de su objetivo.



Me llamo Dulce, bueno así me llaman, porque yo aún no me he llamado nunca, respondía con un sonsonete propio de aquella edad.

No podías, llamarte de otro modo, correspondía él con aquellas palabras a las que añadió.

Y no tengo la menor duda de qué sabrás de igual modo

¿Es así o no? Volvía a preguntar dejando el frente al flirteo, abierto por su parte.

Creyendo en demasiá de sus artes en la conquista, se regodeó flanqueando a la joven en los segundos posteriores de piropos y palabras, sobre su persona, juvenil y desenfadada, qué él mismo había intuido, para que no la llevasen a la confusión, puesto que además de ser un galante hombre maduro, también tenía un sobrenombre, esté más frívolo y temido por ellas “Lobo, el violador del Retiro”.

Pero ni Dulce entonces ni sus anteriores victimas sabían de su aspecto, nadie lo había reconocido anteriormente, ni en sus ataques como Lobo, ni en las reuniones con sus amigos como “lobezno o Enrique” nadie podría decir que se trataba de la misma persona ya que él brindaba con su doble cara, la posibilidad de confundir a cualquiera, tanto fuera mujer como hombre.

En aquel momento el móvil de Dulce sonó, y como explico a Enrique entre aquellos tonos que sonaban sin dejarla hablar, todos los dias su madre la llamaba para el mismo asunto, el que carecía de importancia, pero que a ella le venia bien pues andaba más de lo que tenía que andar y aquel día le vendría mejor cumplir el recado e ir a visitar a su abuela por deseo expreso de su madre que erá quién la estaba llamando.

Sí, mamá, sí iré ahora, descuida no desatenderé a la abuelita decía Dulce con el aparato pegado en su oído y gesticulando sobre las advertencias que su madre le hacia al otro lado del auricular.

Qué estés tranquila, no se me va a olvidar llevarle la recarga del móvil y las pastillas de la memoria que llevo.

 


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