Una gran avalancha alcanzó a nuestra expedición.
Me quedé inconsciente. Cuando desperté estaba en un lugar oscuro y cálido. El suelo era blando y viscoso. Mis ojos se acostumbraron pronto a la oscuridad.
Parecía una especie de cueva.
Entre unas alineadas y puntiagudas rocas se apreciaban pequeños huecos. Su textura era suave. Intenté moverlas sin éxito. Comprendí que debía encontrar otra salida.
Miré a mi alrededor. Distinguí lo que parecía ser un cuerpo tumbado boca abajo. Me acerqué despacio.
Comprobé que solo le quedaba el tronco y parte de la cabeza.
Estaba rodeado de miembros amputados. Varias gotas de sangre cayeron del techo y mojaron mi rostro.
De pronto, sentí que la cueva se inclinaba. Vi caer aquellos restos humanos a un negro abismo del que debía huir como fuera.
Las extrañas rocas de la entrada se separaron quedando paralelas unas encima de las otras. Un ensordecedor rugido me hizo estremecer.
Corrí aterrorizado hacia la salida. El suelo se elevó sobre mis pies, y me lanzó con fuerza hacia aquellas enormes y afiladas puntas.
Horrorizado, descubrí el inminente final que me esperaba.
No estaba en ninguna cueva. Eran las terribles fauces de una hambrienta y gigantesca bestia.
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