Denunciar relato
La Risa de la Muerte (1/3)
Por Jaimeo
Enviado el 26/11/2016, clasificado en Intriga / suspense
1469 visitas
Tema: La Risa de la Muerte. ( Capítulo 1/3). Sáb Oct 11, 2014 1:57 pm
Nota:
Esta historia está basada en un hecho que debí investigar en aquella lejana época en que fui un Detective novato.
Terror en el Camposanto.
El José, un funcionario encargado del aseo del Cementerio Municipal, rezongaba contra los visitantes de ese día domingo, pues lanzaban basuras en los pasillos de la necrópolis para adornar con flores frescas las tumbas de sus seres queridos que ya dormían en paz.
Con mala cara andaba con una carretilla cuya rueda estaba tan embarrada como sus botas de goma por el lodo dejado por la corta y fuerte tormenta de la noche anterior. Se detuvo un momento y respiró con agrado el aire limpio y fresco de esa increíble mañana de sol; hizo una mueca y chasqueó la lengua: “Quien lo creyera, ya estamos en el mes de noviembre nos cayó un aguacero anoche y amaneció un cielo azul, despejado de nubes y un sol que va a quemar un poco. Bueno, ¡Allá vamos, continuemos la “pega” de limpiar el patio de los finaditos!”.
Iba a seguir su tarea cuando escuchó un grito aterrorizado de una mujer al que se sumaron gritos varoniles con palabras de grueso calibre.
“¡Ave María Purísima, Dios ampáranos! ¡Ándate de aquí Satanás …!”
La verdad es que todo el mundo corría; José detuvo su carretilla, quedando “helado” de espanto cuando vio de qué huía la gente desde los grandes muros con nichos donde se sepultaban las urnas con los cuerpos de los fallecidos.
Trataba de entender, pues nunca tuvo miedo de trabajar de día o de noche en la ciudad de los muertos. Observó con los ojos desorbitados como uno de los finados trataba de salir desde un nicho a un metro de altura.
Armado de la pala y con su corazón que amenazaba con salir por su boca, José quedó mirando al extraño ser que, cual Frankenstein, furioso lanzó una cruz de madera y desde su cuello arrancó una corona de flores secas. Su cadavérico rostro apenas se veía tapado por su desordenada cabellera. Finalmente salió del hueco y, tal como el mítico monstruo, miró el cielo, las tumbas y aspiró con fuerza el grato aire matinal; se miró las manos y comenzó a sacudir las ramitas y flores que estaban porfiadamente pegadas en su pantalón.
Cuando notó la presencia de José, que temblaba de pie a cabeza, sin que sus piernas le obedecieran para emprender la fuga como el resto de la gente, el resucitado se le aproximó.
José estaba tan aterrado que no entendió que le decía el cadáver que se le aproximaba más y más.
—¿Qué diablos … ?
El espantoso aparecido echó sus cabellos hacia atrás y mostró un rostro pálido y atractivo. Su mirada era fiera y continuó hablándole.
En toda su vida nunca le había sucedido tal cosa al aseador, su mente se negaba a aceptar lo que veía y al mismo tiempo sus oídos escuchaban las palabras del muerto, pero era incapaz de entenderlas.
(Continuará).
Esta historia está basada en un hecho que debí investigar en aquella lejana época en que fui un Detective novato.
Terror en el Camposanto.
El José, un funcionario encargado del aseo del Cementerio Municipal, rezongaba contra los visitantes de ese día domingo, pues lanzaban basuras en los pasillos de la necrópolis para adornar con flores frescas las tumbas de sus seres queridos que ya dormían en paz.
Con mala cara andaba con una carretilla cuya rueda estaba tan embarrada como sus botas de goma por el lodo dejado por la corta y fuerte tormenta de la noche anterior. Se detuvo un momento y respiró con agrado el aire limpio y fresco de esa increíble mañana de sol; hizo una mueca y chasqueó la lengua: “Quien lo creyera, ya estamos en el mes de noviembre nos cayó un aguacero anoche y amaneció un cielo azul, despejado de nubes y un sol que va a quemar un poco. Bueno, ¡Allá vamos, continuemos la “pega” de limpiar el patio de los finaditos!”.
Iba a seguir su tarea cuando escuchó un grito aterrorizado de una mujer al que se sumaron gritos varoniles con palabras de grueso calibre.
“¡Ave María Purísima, Dios ampáranos! ¡Ándate de aquí Satanás …!”
La verdad es que todo el mundo corría; José detuvo su carretilla, quedando “helado” de espanto cuando vio de qué huía la gente desde los grandes muros con nichos donde se sepultaban las urnas con los cuerpos de los fallecidos.
Trataba de entender, pues nunca tuvo miedo de trabajar de día o de noche en la ciudad de los muertos. Observó con los ojos desorbitados como uno de los finados trataba de salir desde un nicho a un metro de altura.
Armado de la pala y con su corazón que amenazaba con salir por su boca, José quedó mirando al extraño ser que, cual Frankenstein, furioso lanzó una cruz de madera y desde su cuello arrancó una corona de flores secas. Su cadavérico rostro apenas se veía tapado por su desordenada cabellera. Finalmente salió del hueco y, tal como el mítico monstruo, miró el cielo, las tumbas y aspiró con fuerza el grato aire matinal; se miró las manos y comenzó a sacudir las ramitas y flores que estaban porfiadamente pegadas en su pantalón.
Cuando notó la presencia de José, que temblaba de pie a cabeza, sin que sus piernas le obedecieran para emprender la fuga como el resto de la gente, el resucitado se le aproximó.
José estaba tan aterrado que no entendió que le decía el cadáver que se le aproximaba más y más.
—¿Qué diablos … ?
El espantoso aparecido echó sus cabellos hacia atrás y mostró un rostro pálido y atractivo. Su mirada era fiera y continuó hablándole.
En toda su vida nunca le había sucedido tal cosa al aseador, su mente se negaba a aceptar lo que veía y al mismo tiempo sus oídos escuchaban las palabras del muerto, pero era incapaz de entenderlas.
(Continuará).
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales