LOS QUE NO SE VEN (NUNCA MÁS)
Por Adelina Gimeno Navarro
Enviado el 27/11/2016, clasificado en Drama
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Sus ojos se humedecían cuando recordaba en aquel preciso momento aquello ocurrido no hacia muchos años y que ahora tenía que exponerdelante de un juez...
No era su señoría aquel de toga y birrete, que sentado detrás de su mesa y mazo en mano dan las ordenes pertinentes a aquellos que son juzgados...
Este estaba muy dentro de ella, dolido al máximo por un cruel maltrato, un orgullo destrozado por injurias y calumnias, todas ellas acompañadas por injustos insultos que la mataban día a día y poco a poco.
Irene quería pensar que y poner al hombre en el mismo rasero que tenían las mujeres, pero no podía, las noticias sobre ellas sobrepasaban a la de los hombres. Ellas eran mayoría lamentablemente, así que de aquel modo también ella gritando su dolor ayudaría a quien por miedo no lo había hecho ya. Se uniría al colectivo de mujeres maltratadas para que su orgullo como juez dictaminase sentencia sobre esos golpes, esos golpes... Los que no se ven...
Como cualquier adolescente deseaba un compañero a su lado, un amigo que le diese la llave para esa libertad que le negaban. Irene lo encontró, las simbólicas puertas se abrían para ella, volaría joven al matrimonio, el que traería en el justo tiempo un vástago.
Su andadura se frenó, todo lo que le hubiese gustado moverse por la vida fue deteniéndose en cada uno de los nacimientos que hubo. Pero sin importarle aquellos hijos que Dios le había enviado Irene consiguió con esfuerzo mucho más que lo que aquellos golpes sordos y sin huella aparente dejaban en su cuerpo, o mejor dicho en su interior, en su propio orgullo, matando su autoestima, que agonizaba sin remedio.
El menosprecio la encogía haciéndola pequeña, minúscula y herida, veía crecer a sus hijos en un hogar sin calor ni ternura. Vinieron de una pareja enamorada, pero los que no se ven, los golpes que se estampaban en su cara, y que salían de la boca de él como certeros puñetazos, la acondicionaban a dejar aquel infierno y no castigar sin necesidad a los que estaban a su alrededor. Pero ahora no solo era él quien vertía aquellas mentiras, que siendo verdad hubiera tenido que disculparlas, no, los demás le creyeron, convirtiéndose ella en la mala.
Pero la vida nos da oportunidades y sin ánimo de ofender a nadie, dijo NUNCA MÁS e Irene dejó un día, pues apareció el príncipe azul, ese hombre que le regalaba palabras llenas de delicados vocablos que cerraban como apósitos, aquellas heridas haciendo que cicatrizasen.
En la actualidad Irene, continua siendo feliz desde aquel buen día, pero sus heridas se resienten cada vez que escucha el nombre de una de ellas, enfadándose, pero quiere ayudarlas diciéndoles, que sean valientes que denuncien, que enseñen sus heridas, son su mejor testigo.
Y a las que que sufren esos golpes que no se ven, que cuenten su historia, será el único modo de que las crean. Porque aunque no se ven, duelen y dejan cicatrices de por vida.
©Adelina GN
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