Cegados Episodio Roberto Parte 3
Por Fransánchez
Enviado el 05/12/2016, clasificado en Ciencia ficción
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Sandra caminaba muy enojada por el percance ocurrido en el pequeño supermercado. ¡Desde luego que no iba a volver a comprar allí nunca más!, habían perdido un cliente habitual.
De repente la luz ambiental fue subiendo de tono poco a poco, gradualmente, hasta que se hizo insoportable, obligándole a cerrar los ojos e instintivamente protegerlos con sus manos. Sin darse cuenta dio tres pasos a ciegas, alejándose de Roberto que se había detenido unos metros atrás. Le costaba abrir los parpados, pero eso era indiferente, ya estaba ciega. En cuanto se repuso un poco de la impresión del fenómeno su instinto maternal le hizo buscar a su hijo. Le llamó desesperadamente por su nombre, aunque entre la algarabía, peticiones de socorro y los pitidos de los vehículos, era muy difícil escuchar una respuesta. Avanzó de nuevo unos pasos a ciegas, le pareció oír más adelante una voz de niño gritando “mami”, siguió avanzando a tientas hasta que tropezó con la voz.
-¡Roberto! -le llamó desesperada-.
-¿Dónde esta mi mamá? -respondió la desconocida voz infantil-.
-Espera un poquito más aquí, cariño, ahora vendrá tu mamá -le consoló-.
Sandra ignoraba que Roberto se había quedado atrás y cada vez se alejaban más el uno del otro. Avanzó unos pocos pasos más muy despacio, con mucho miedo, en absoluta oscuridad, sin percibir el desnivel del terreno salvado por unas escalinatas. Perdió el equilibrio, cayó rodando por ellas y al llegar al final quedó inmóvil, inconsciente por un fuerte golpe en la cabeza, marcado por un enrojecido hematoma.
Roberto erraba por la calle dando bandazos sin rumbo fijo. De pronto una fuerte y próxima explosión le sobresaltó derribándolo. En el suelo se protegió la cabeza y una lluvia de pequeños desechos metálicos y plásticos cayeron sobre él. A pocos metros un proyectil de chatarra se estrelló con fuerza en el pavimento. Roberto, tras recuperarse un poco del susto, se levantó indemne, salvo por la mancha húmeda de orines en su pantalón.
Avergonzado siguió su agobiado e incierto camino y se acercó a unas voces cercanas, tropezando con la pierna de un señor. Se agarró a ella fuertemente, estaba blandita, le pidió a gritos ayuda una y otra vez, pero aquel señor cayó al suelo y rodó por la calle un poco. Roberto no tuvo más remedio que soltarse para no hacerse más daño.
Estaba algo cansado así que se arrastró hasta que llegó a una pared donde se sentó apoyando su espalda en el fresco mármol. Allí se quedó un buen rato, triste y pensativo.
El bastón le golpeó inesperadamente en el tobillo.
-¡Ay! -se quejó Roberto-.
-Perdón, ¿está usted ciego? -le interrogó la desconocida voz-.
-Sí, no veo nada, por favor ayúdeme, no encuentro a mi mami.
-Vaya, chico. Cuéntame un poco que te ha pasado.
Escuchó con interés el corto relato del niño.
-Pues todo está patas arriba -contestó el ciego con bastón- todo el mundo está ciego y tu madre seguro que también lo estará.
-¿Mi mami también está ciega? -preguntó incrédulo-.
-Yo soy ciego y toda la fila que va tras de mi igualmente está ciega, así que no te podemos ayudar a encontrarla.
-¿Y qué hago? -preguntó el desvalido niño-.
-Bueno, mira, si quieres te puedes venir con nosotros. Vamos a un centro médico a pedir ayuda. Colócate el último de la fila, agárrate de la mano de la persona de delante y ve haciendo lo que él te diga.
Roberto se levantó y fue pasando poco a poco por la decena de personas que formaban la fila, hasta llegar al último y le agarró la mano fuertemente.
-Niño, no me agarres tan fuerte, que me vas a partir la mano -dijo aquel hombre malhumorado-.
Roberto aflojó la mano y no dijo nada. Prefirió no abrir la boca ya que había reconocido a aquel individuo.
-¿A qué huele?, que peste niño, ¿es qué te has meado?
La fila se puso en marcha, avanzaban algo lentos.
-Niño, ¿es que además de ciego eres mudo?, contesta…
-No -respondió un lacónico Roberto-.
Cuando el primer ciego encontraba un bordillo, un obstáculo o una anomalía, se lo comunicaba al ciego de atrás y este al de detrás. Así hasta que el mensaje pasaba por toda la cola hasta que llegaba a Roberto. El ciego de delante de Roberto no hacía más que quejarse, que si le tiraba de la mano, que si olía mal. Además los mensajes que daba no eran claros y la mayoría a destiempo e incluso en varias ocasiones tuvo que asir su mano con fuerza para no caerse.
-Niño, que ya te he dicho antes que no me agarres tan fuerte -protestaba-.
-Es que me iba a caer -replicó-.
-Esa voz, yo la conozco, pero si es el roba chocolatinas.
-No, no, se equivoca usted, no se de qué me habla, no le conozco -respondió-.
-Vaya que sí, eres tú. Esta mañana me has dejado en muy mal lugar, te vas a enterar…
Roberto se asustó, se puso muy nervioso y temiendo la venganza de Miguel el tendero se soltó de la mano echando a caminar en otra dirección.
-¡Pestoso! ¿Qué haces? ¡Ven aquí, ven aquí te digo! ¡Qué vengas! -bramaba-.
Roberto escapaba lo más rápido que podía. Tropezó varias veces, aunque se levantó y continuó. Con el hombro golpeó el cartel de advertencia de peligro por obras y se desestabilizó, pero siguió de frente. Resbaló de culo por el terraplén hasta que se detuvo en el fondo, al lado del vehículo que había destrozado la valla perimetral de la obra. Roberto nunca se percataría del cadáver sentado en el asiento del conductor.
El edificio a medio construir era un legado de la famosa crisis económica, e ironías de la vida, promovido por el padre de Roberto. Sobre el descampado se erguía el esqueleto de cuatro plantas de las seis proyectadas. El terreno estaba algo embarrado y aún quedaban restos de charcos, hacía un par de días había caído una gran tormenta en la ciudad.
Estaba algo dolorido y arañado, con los nervios le entraron ganas de defecar. Se bajó los pantalones y se colocó en cuclillas, mientras obraba su mano rozó un plástico depositado sobre la pernera interior del pantalón. Cogió el húmedo envoltorio, dentro se adivinaba algo blando y alargado. Roberto reconoció la famosa chocolatina perdida, la devoró con ahínco en un instante. El misterio quedaba resuelto, por un descosido del bolsillo del pantalón se había colado hasta el final de la estrecha pernera.
La ingesta de azúcar le dio sed, lo cual solucionó bebiendo de uno de los sucios charcos de agua estancada. Deambuló tropezando por el nuevo entorno durante horas y la única salida viable era una rampa de tierra por donde entraban los camiones. La puerta vallada, cerrada con una cadena y un candado estaba intacta. El alud por donde había caído tenía mucha inclinación, imposible para un niño ciego y débil trepar por su pendiente. Se acurrucó en una esquina de la obra a dormir. Estaba muy cansado, hambriento, magullado y erosionado. Lloró un rato mientras pensaba en su mami, hasta que se durmió.
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