Acerqué el reloj a mi cara. Entreabí los ojos para enfocar mejor: las 7:28 am. Mis ojos se abrieron como platos, era tarde, muy tarde. Justo en dos minutos debía estar en una clase.
Corrí por la habitación, tomé una blusa y un pantalón. Ni siquiera me peiné. Arranqué el auto. Tráfico por todas las calles. Llego al edificio después de una hora. Me piden identificarme y firmar una lista en la entrada. Veo tu nombre. ¿Qué haces aquí? miro la hora y el salón que marcaste. No corresponde a mi clase.
Voy al siguiente puesto de registro. Estás en la lista. Estás en mi clase.
Entro al salón tratando de no hacer ruido para no interrumpir. Me disculpo y tomo asiento. Allí estás, sentado en los asientos de la primera fila. No te miro, no quiero que sientas mi mirada.
Llega el tiempo de receso. Trato de simular que no te he visto.
La última vez que te vi, hablamos hasta tarde. Te conté de mi vida, me contaste de la tuya. Hasta quedamos de vernos en otra ocasión. Pero no hoy. Y allí estabamos coincidiendo sin querer. Yo trataba de esconder mi cara de sueño y cabello revuelto, mientras te acercabas a mí.
-Es una casualidad encontrarte aquí. -me dijiste sonriendo.
Besaste mi mellija y te sentaste a platicar. Tú me veías igual que la otra tarde. Dejé de pensar en mi cara, en mi cabello. Eso no importaba. No sé por qué creí que te importaría y tampoco sé por qué dejé que me importara a mí.
Así que allí estabamos, conversando de nuevo, perdidos en nuestro mundo.
No recuerdo qué pasaba alrededor. Sólo te recuerdo a ti.
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