Las apariencias confunden.

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Antes de salir a hacer footing, Antonio entra en el baño para ver si está perfecto. Mira su chándal azul nuevo y su camiseta celeste, le queda perfecto. Se acaricia el pelo castaño, observa que tenía razón su peluquero y con las mechas que le puso se han ocultado algunas canas, cree que con eso aparenta menos de los cuarenta años que tiene. Dobla el brazo y se toca un poco el bíceps, se empieza a notar las tardes en el gimnasio. Observa su tripa, la mete un poco y saca pecho, bueno no todo es perfecto, pero cree que puede ocultarla.

Ya en la puerta, coge la riñonera y revisa su contenido: la cartera, el móvil, las llaves y un pendrive con forma de flamenca. Sonríe, todo está en orden, va a ser un gran día. Seguro que por fin va a conseguir pedir una cita a su vecina Esther.

Se acerca paseando al parque que está enfrente de su casa, no quiere cansarse antes de tiempo. Al lado de un banco ve juntos a Esther y a Ricardo, ambos se sonríen mientras hablan. Fruñe el ceño, pensando que hará ese impresentable con una chica tan dulce como Esther.

Ricardo siempre lleva los vaqueros caídos, enseñando los calzoncillos por encima de los pantalones. Es el típico vecino protestón, que cada vez que Antonio propone alguna mejora en la casa, siempre está en desacuerdo con la experta opinión de Antonio, como si supiese de todo a pesar de su juventud. Tampoco se le conoce a Ricardo de dónde saca el dinero, ya que ningún vecino sabe cuál es su profesión. Por todo eso, Antonio está convencido que es un delincuente y, si no lo es, seguro que termina metiéndose en problemas.

Al cabo de unos interminables segundos, ambos se percatan de su presencia. Ricardo le dirige una mirada despectiva, a lo que Antonio se cruza de brazos intentando parecer impasible.

Esther le dirige una sonrisa, mirándole profundamente con sus maravillosos azules. Antes de ir a saludarle, dirige a Ricardo un pequeño gesto de despedida. Ricardo se va paseando por el parque, pasando el rato tranquilamente.

Por fin se quedan solos.

Con dos besos en la mejilla se saludan.

¿Qué hacías con ése? – le preguntó Antonio, intentando sonar con indiferencia. ¿Con quién? ¿Con Ricardo? Sí. Nada, me comentaba que tuviese cuidado, que últimamente hay por el parque un ladrón – explica Esther sin mostrar mucha preocupación. Vaya tontería – respondió Antonio - Seguro que es él… con esas pintas. ¡No! Es un buen chico, no le conoces. Bueno, no quiero seguir hablando de ése. Estás preciosa, me encanta esas mallas negras y el top rojo – Le agasaja Antonio. Tú también estás muy bien. ¿Ves como te venía bien hacer deporte? – Esther siempre sonríe.

Antonio abre la riñonera y saca el pendrive con forma de flamenca.

¿Me dijiste que te gustaría tenerlo? ¡Sí! ¿Es para mí? ¡Es un regalo! Quería tener un detalle contigo.

Esther le abraza agradeciendo este pequeño presente.

No es nada, es una tontería. – Comenta azorado Antonio - ¿Comenzamos a correr? Sí.

Ambos empiezan a dar la vuelta al parque. Esther siempre mirando al frente, mientras que él desvía a veces su mirada hacía ella. Es increíble la resistencia que puede tener esta chica tan menuda.

Al terminar de dar la primera vuelta al parque ven un tumulto. Ambos se acercan y, tal como Antonio presentía, Ricardo está peleándose con otro muchacho. Observa los espectadores y a un lado están unas chicas jóvenes llorando.

Piensa que esta es su oportunidad para demostrar a Esther que es un valiente y antes que ella le retenga decide inmiscuirse en la pelea y les separa cogiendo por los brazos a Ricardo. Debido al efecto sorpresa, le detiene sin problemas.

Se sorprende que el otro muchacho salga corriendo, ya que ahora está protegido por él.

Al soltar a Ricardo, éste se enfrenta a él, gritándole a su oído.

¿Qué haces? ¡Proteger a ese chico de un gamberro como tú! ¡Idiota! Ese chico estaba robándoles – Mientras señala a las chicas que lloran – Y tú has permitido que se vaya con su dinero.

Con incredulidad mira a las chicas, luego a Ricardo. Se empieza a sonrojar y no se atreve a mirar a Esther.

Lo siento - Tartamudea Antonio.

Por fin se atreve a mirar Esther, quien le observa con tristeza. Avergonzado y sin despedirse de nadie se vuelve a su casa.

 


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