Ella y él.

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De repente, él la miró y se dio cuenta. Cayó en su propia trampa. Cayó en esa trampa que él mismo había creado para no volver a enamorarse de nadie, para no volver a sentirse vulnerable y no volver a sufrir. Pero se dio cuenta de que esta vez no era igual, esta vez tenía un toque diferente. No era un toque especial, no era una novela ni una película donde la música sonara al fondo, donde hubiera una mirada profunda entre ambos y surgiera el beso. No era así. La situación era distinta esta vez, y menos mal. Menos mal, porque sino no sabría que hacer. Probablemente se hubiera frustrado, o bien se habría acercado a ella y le hubiera besado en los labios.
Esta vez, la miró, respiró profundo y sonrió. Se sumió en una profunda tranquilidad y se recostó contra la pared, mientras la observaba, obervaba cada uno de sus movimientos y miró para otro lado. Y al volver la vista, ella seguía ahí, no se había movido, no se había ido. Estaba donde él esperaba que estuviera, concentrada en sus pensamientos. De verdad que no era el momento de película en el que ella ríe, él se da cuenta de que la ama por su locura y su no parar. Era un momento en el que de repente, él se sintió protegido, se sintió seguro después de mucho tiempo. Dentro de sí mismo encontró estabilidad. Encontró la maldita estabilidad, esa que hacía mucho había decidido abandonarle y le había provocado tantos quebraderos de cabeza y había causado tantas pesadillas. Calma, sólo calma. Ella era calma.
Ella era refugio en la tormenta, aunque suene a tópico decirlo. Ella era el abrazo después de mucho tiempo. Ella era palabras directas en momentos indecisos, ella era sinceridad en un mar de mentiras. Ella era justo eso que a él le faltaba. Ella era un incentivo para poner los pies en la tierra. Pero sobre todo, ella era calma, era tranquilidad, era estabilidad.
De repente, todo tenía su porqué. La vida no se equivoca, son las personas las que deciden cometer errores, porque de hecho mientras cometen el error son conscientes de lo que hacen. Él no había querido darse cuenta antes, probablemente porque le daba miedo enamorarse, y hubiera tenido sentido si ella hubiera sido la clase de chica terremoto, o demasiado inmadura. Pero no lo era, ella era extremadamente inteligente, ella sabía llevarlo por el buen camino, sabía cómo ganarle en una pelea y hacerle ver las cosas tal y como eran, aunque él no quisiera aceptarlas. No era la niña buena, que no cometía errores, esa demasiado inocente que necesitaba conocer mundo. No. Ella ya conocía mundo, era madura, bastante más que las demás. No buscaba llamar la atención, pero en el fondo lo hacía. Era lista, muy lista, y por eso mismo, sabía cómo actuar en cada situación, no necesitaba que nadie la rescatara, pero era consciente de no ser autosuficiente. Sabía pedir ayuda, pero también sabía ofrecerla. No era la chica perfecta, por supuesto que no. Era una roca, no lloraba. Cariñosa a su modo, una chica interesante, pero obviamente con defectos. Era perezosa a veces, como cualquier adolescente. Tenía sus borderías y a veces pasaba de todo el mundo, porque había cosas que le importaban más bien poco.
Pero ahí estaba, quieta. Ella se giró y se estiró. En apenas segundos, él había caído en su propia trampa. Una trampa deliciosa de la que ahora no quería salir, porque sabía que no le podía pasar nada malo. Y ella vio en sus ojos lo que había pasado. Y él vio en los suyos una afirmación que consiguió que por primera vez en mucho, mucho tiempo, destensara su cerebro y se abandonara a esa calma que había decidido volver a por él.


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