EL MISTERIO EXISTE

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  Recuerdo que cuando yo era un niño mi madre me hacía rezar, poco antes de acostarme, a

una supuesta y etérea entidad llamada Ángel de la Guarda. Sin embargo, a medida que pasó

el tiempo me fui convirtiendo en un escéptico, sobre todo a partir de cuando a mediados de los

años 60, me llevaron a estudiar a una escuela religiosa de Barcelona, ya que en aquella época

imperaba en el ambiente, de un modo enfático y altanero, el nacionalcatolicismo, y nos

impartían una religiosidad tan contradictoria como de un rígido dogmatismo, basada más en el 

castigo eterno que en el perdón y el amor. ¿Cómo se podía creer en la infinita misericordia

divina, cuando al mismo tiempo Dios era capaz de arrojar para siempre a la caldera de Pedro

Botero a un indefenso condiscípulo nuestro que había muerto de forma accidental jugando en

el patio del colegio, por no haber ido el anterior domingo a oir misa?

No obstante, yo tenía mi gran refugio moral con mi madre, puesto que ella era una mujer

jovial de una extraordinaria vitalidad que siempre sabía interpretar tanto mis pensamientos,

como mi estado de ánimo, y me daba consejos razonables, así como me ayudaba a superar

una apabullante timidez que se había agazapado como una lapa en mi conciencia a causa de

aquel opresivo sistema educativo.

 Pasaron muchos inviernos desde aquel entonces, y a finales de los años 70 estalló en mi casa

 una bomba emocional al caer inesperadamente mi madre enferma de gravedad, y ser

desahuciada por los médicos. "¿Adónde iría a parar aquella magnífica personalidad?" me

preguntaba con amargura.

Aquello coincidió que por aquellas fechas me vi en el compromiso de velar una tarde a una

prima mía de mediana edad, que también se encontraba a punto de abandonar este mundo.

Me hallaba yo entonces sentado en un sillón de la habitación de la clínica en la que estaba

ingresada, cuando de pronto mi prima se inquietó en el lecho. Quería hablar, mas las pabras

no afluían a sus labios. Me levanté, y me acerqué a ella. "¿Te ocurre algo?" - le pregunté-.

Seguidamente,  no sé cómo una voz interior me advirtió que allí estaba sucediendo algo fuera

de lo común. Y de repente tuve una insólita ocurrencia que emanaba desde lo más hondo de

mi ser. "!Escúchame!"- le dije reclamando su atención-. La mujer fijó sus mortecinos ojos en

mí, y pude apreciar una expresión de terror y de desconcierto. A continuación le pregunté con

una imperiosa voz si ella me reconocía, a lo que mi prima en su estado semiconsciente afirmó

con un movimiento de cabeza. "Dime, ¿estás viendo a tu padre?" - inquirí con cierta

solemnidad-. Y la moribunda asintió con viveza.

Mi intuición no me engañaba, pues ésta me indicaba que en el instante del tránsito era posible

 que ella viera a su padre fallecido hacía ya varios años, a través del "ojo de la mente" que

parece estar situado en la glándula pineal. Podía intrpretarse como una situación análoga a

cuando tenemos que asistir a un lugar desconocido y necesitamos la ayuda de un amigo o

de un familiar para que nos introduzca en dicho sitio. Sobre todo, tiene que ser alguien de

confianza. En este caso concreto, mi prima con quién más se había identificado en este mundo

fue su progenitor, y en consecuencia, ahora éste le servía de vínculo afectivo hacia otra

dimensión.

¿O todo era simplemente una alucinación inconsciente provocada por su enfermedad?

Sea como fuere, al día siguiente por la tarde iba a vivir una singular experiencia de la que me

iba a acordar durante toda mi vida, y que asimismo se inscribe en el más insondable de los

misterios. Resulta que yo había quedado citado con una joven que había conocido por

correspondencia a través de una agencia de relaciones humanas en el Masnou (un pueblo que

linda con el mar) ya que ella era vecina de aquella comunidad, y a una hora convenida, ambos

 nos encontramos en la estación de ferrocarriles de dicho lugar.

Se trataba de una mujer viuda, de una impresionante belleza. Tenía una larga y rubia melena, 

así como unos transparentes ojos azules, y llevaba un amplio y elegante vestido color

amarillo. Su atractivo armonizaba con el azul turquesa del mar que nos circundaba, pero que

a la vez, todo ello contrastaba con la profunda tristeza que sentía en mi interior por la

inminente desaparición de mi madre.

Fuimos a unis idílicos jardines que se hallaban cerca de la parte montañosa de aquel pueblo, y

cuando nos hubimos acomodado en una mesita del bar junto a un estanque rodeado de flores,

y bajo las hojas de unos plátanos que nos daban sombra, ella me miró fijamente y me

preguntó:

- Tú eres un hombre espiritual, ¿verdad? l Lo he visto en tu carta.

Un poco desconcertado por aquella observación le contesté que tal vez; aunque yo yo creía

que la espiritualidad se expresaba por medio del arte, y de la cultura en general. La chica hizo

caso omiso de mi comentario, y centró el tema hacia algo más específico.

-No me refiero a eso - dijo-. ¿Tú crees que existe otra vida después de la muerte?

- Quizá... ¿Por qué no? - respondí en un tono vago.

Súbitamente ella adquirió un aire confidencial, como si me conociese desde siempre, y dijo con

una abrumadora seguridad que me estremeció, ya que parecía que con el énfasis de sus 

palabras pretendiese imprimir una huella indeleble en el fondo de mi alma.

- Pues tranquilízate, Paco, y no te atormentes más, porque ten la seguridad de que sí que

existe una vida en el Más Allá. La vida tiene muchos niveles que por ahora nos son difíciles de

comprender.

Yo, sintiéndome desfallecer por aquella insólita revelación no supe qué contestar. Poque

¿cómo podía saber aquella fémina la circunstancia que me abrumaba?

Cuando regresé a mi hogar me apresuré a ojear mi anuncio en la lista de la agencia de

relaciones humana con el propósito de encontrar alguna razonable explicación acerca de

aquella especial mujer. Pues en el anuncio, no me había definido como un tipo espiritual. Ni

tampoco había nadie que se enmarcara en aquella tendencia. Entonces, ¿cómo pudo dar

aquella extraña persona conmigo?

¿Y si ella fuera realmente una "enviada" del consabido Angel de la Guarda al que yo rezaba

cuando era pequeño, y circunscrita en un aparente contexto mundano, de un azar, cuanto tal

vez en nosotros no tan sólo puede confluir una sola causa material precedida por un efecto,

sino diversas causas de insospechada trascendencia sincronizadas entre sí, que conllevan

otros insólitos efectos, como apuntaba el famoso psícologo suizo Carl Jung que había

colaborado con Sigmund Froid, eliminando así el sentido eufemístico de casualidad?

El caso es que cuamndo quise coger la carta de aquella mujer, que la tenía guardada en un

cajón de mi escritorio, y en la que constaba su número de teléfono para llamarla de nuevo,

ésta había desaparecido sin saber cómo.

 

 

 


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