10 días de lavanda (II)

El viento movía su pelo, haciendo suaves caricias a mi cara. Su olor me embriagaba, me hacía feliz. Estaba muy feliz.
Tendidos en el campo rodeados de suaves flores color lavanda, sostenía su cabeza en mi pecho y le acariciaba la mejilla. Sentía como el tiempo se detenía en aquel preciso momento.
No necesitaba nada más, me sentía completamente lleno.
¿Vivo?
Por primera vez después de tanto tiempo, sentía fuertemente que lo estaba.
Nunca fui un chico de demasiadas palabras, nunca fui lo suficientemente valiente como para mostrar como me sentía, sin embargo, me sentía diferente.
Llegué a pensar que los personajes de mis novelas solo resultaban eso, personajes ficticios, hasta que entendí como los escritores se deberían sentir para escribirlos.
Yo soy escritor, escribía sobre los sentimientos, pero Dios, fui demasiado ingenuo pensando que verdaderamente entendía todo aquello que escribía, porque ahora se que no lo hacía.
En este momento, era más que palabras de un libro viejo, era más que cualquier otra cosa que llegué a pensar en su momento.
Y ahora, tumbados y relajados, observé su ceño, justo donde una hora atrás había tenido una gran arruga en él. Ahora ella se mostraba completamente tranquila.
Sentía que estaba en el país de las maravillas, y que nadie tenía esa invitación para entrar. Nadie.