el arte del egoísmo

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Juan De La Bella vivía en un barrio conflictivo dentro del casco urbano de la ciudad. El barrio era famoso por; peleas de adultos, jóvenes, gritos a altas horas de la noche, discusiones de parejas con hijos….de hecho una vez, un vecino que vivía en un tercer piso del barrio, llego a su casa a última hora de la tarde bastante ebrio, y echó a sus hijos y su mujer de casa, atropelladamente, sin explicación alguna, y tiro el televisor y la bombona de butano de color naranja por el balcón. El barrio era conflictivo en este aspecto. Reinaba la mentalidad machista, la vulgaridad, la incultura, entre otras cosas. Debido, seguro a la dejadez de ignorantes cerebros institucionales. Pero sin embargo era un barrio trabajador, humilde, con mucha energía y vitalidad, que siempre sucedían cosas en la que averiguar. El barrio era una fábrica de historias fascinantes.

Juan De La Bella era un muchacho de presencia impetuosa y bulliciosa, a ojos de los que no lo conocían. Esa presencia la fue interiorizando de modo inconsciente por las circunstancias en las que se crio. Pero realmente era todo lo contrario, tenía mucha guasa, no tenía vergüenza y, se reía de sí mismo. Se llevaba bien con todas las personas que conocía, era carismático y nada conflictivo.

Juan conoció a una chica que vivía en el otro extremo de la ciudad. Beatriz. Ella era de piernas largas, glúteos imponentes, silueta fina, cara a salvajada, labios expresivos y curiosos ojos de color verdemar, que vivía en un barrio de altos quilate. De inmediato se enamoraron y, de la noche a la mañana dejaron de relacionarse con familiares y amigos. Cuando Juan salía, salía con Beatriz y cuando Beatriz salía, salía con juan. Comenzaron a mantener una relación enclaustrada.

La idea de quedar marginado de familiares y amigos, y así permanecer impermeables a comunicarse con el mundo exterior, dio pie a habladurías en “los cristales”. Los cristales era un escaparate enorme de una tienda que vendía pintura “droguería” que quedaba de esquina en una calle. Lugar en donde se reunían los amigos de Juan. El caso es, que de vez en cuando, De La Bella pasaba con su coche “Citroën saxo” por los cristales y no paraba a saludar, ya fuera con Beatriz o no. Raro en Juan De La Bella. Y, si saludaba, su saludo carecía de afecto, cercanía. El saludo que emitía era un pequeño gesto con la cabeza, no se molestaba ni en levantar la mano. “que le pasa a Juan De La Bella”. Se decían entre los amigos.

Beatriz era una hermosa chica, brutalmente sensual con un nivel de atractivo que sobrepasaba el sentido común, era educada y formal. De La Bella alucinaba con la chica, la cual se entregaba al máximo exprimiendo todo su ser, sin prejuicios, ni valores morales. Que le permitía y le trasmitía al chico deshacer nudos pasados y, así alimentar su pobre presencia. Lo que iluminó, trastocó y enloqueció a Juan, era cuatro mamadas que le hizo la chica con mucho interés, que dejo al chico, traumatizado, ausente, por la demoledora experiencia placentera que le hizo vivir Beatriz.

Juan tenía un barco pequeño de pesca, y con él pescaba; choco, pulpo, acedias, langostino, merluza, entre otras cosas. De modo, que Juan era autónomo, su trabajo consistía en levantarse a las 3:00 de la madrugada, ir al muelle pesquero, Embarcar en el barco y hacer la jornada hasta las 12:00 del mediodía, que daba por terminada la tarea. Así, todos los días.

Pasaron catorce meses y todo iba bien, o eso creía Juan. Pero ella verdaderamente se quejaba repetidamente de que siempre permanecían solos, eso la agobiaba insistentemente. De manera, que estaba empezando a tener una gran sensación de vacío. De todas formas, De La Bella sabía lo que le estaba pasando a ella, pero él solo quería estar con ella y nadie más.

Sentados en una “pizzería” se venía la noche (nunca mejor dicho) en una tarde de sábado, cuando Beatriz, le dijo a Juan, que se iba de viaje cuatro días con sus amigas. Juan quedo como un poste de la luz en pleno invierno “helado” cuando escucho la propuesta de su novia. Los nervios que le causaba estar sin ella, hacía que se sintiera inepto, como si la vida no le perteneciera, su mente se atascaba en unas creencias arcaicas y celosas que dejaba la decencia y la moral de Beatriz en entredicho.

Juan De La Bella dejó una nota en el buzón de la casa de Beatriz. Se fue a la mar a trabajar y, ya no volvió. La nota decía: en el mismo momento que te conocí, supe que, me metía en un virulento jardín. Ignoraba la complejidad de estar ciegamente enamorado en toda su expresión. No sé qué, enfermedad padezco, lo que sé, es que no puedo verte con nadie, cuando te veo con alguien siento un calor destructivo en las entrañas. No quiero vivir en esclavitud, viendo cómo te miran y te hablan. Prefiero no existir para no sufrir. Adiós.


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