La cena.

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El salón estaba helado. Las ráfagas de aire entraban una y otra vez a través de los ventanales que no tenían más cristales que unos cuantos trozos pequeños y afilados. Uno de los dos viejos que había allí, por instinto, se dispuso a encender una hoguera con los restos de una silla Luis XV.

—Todavía no —dijo el otro anciano dándole un manotazo.

—¿Te imaginas que todo esto fuese nuestro?—dijo el viejo que intentó encender el fuego señalando todo el perímetro donde se acumulaban centenares de kilos de maderas rotas, trozos de tela raída y figuras de porcelana hechas pedazos entre otra clase de basura.

—¡Pero te puedes callar de una vez! Si sigues hablando, no podremos oírla.

Sin embargo, apenas terminó de llamarle la atención a su compañero cuando las luces de los faros de un coche iluminaron el interior de la habitación. Instantes después, un policía de unos treinta años entró por la puerta con un par de bolsas en las manos. No portaba ni pistola ni defensa; tan solo una linterna, puesto que ningún agente del orden podía llevar armas ni actuar con ningún tipo de violencia.

—Salud, compañeros. ¿Necesitáis algo? —dijo el policía.

Los viejos se llevaron un dedo a los labios indicando silencio. Tras percatarse de la situación, el policía esbozó una sonrisa de complicidad y se despidió sin hacer ruido al tiempo que les dejaba las bolsas que llevaba y que contenían un poco de café soluble, leche en polvo y pastillas purificadoras para el agua.

Unos minutos después, se oyó un chillido agudo. Los ancianos echaron a correr por dos direcciones opuestas con el fin de atraparla. Pero la rata, más hábil y veloz que ellos, huyó por el hueco de uno de los ventanales.

—Nos quedamos sin cena —dijo el abuelo que reconvino en todo momento a su compañero para que no hiciese ruido.

—Sí. Se largó como hicieron los dueños de esta mansión hace veinte años.

—Al menos, la rata ha sido más honesta que ellos, pues ha dado la cara. En cambio, esos malparidos se largaron hacia su paraíso fiscal con todas las riquezas que consiguieron a nuestra costa dejándonos así: en la miseria.

—A propósito, ¿qué día es hoy?

—Creo que es año nuevo: uno de enero de dos mil cincuenta.


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