El paseo matinal de las diez de la mañana transcurre con normalidad pero con algunos detalles inesperados, uno de ellos es el de estar aprovechando el día dominical de clase de maestría para estar paseando con el par de engreídos caninos que desde hace dos años acompañan mi vida. Otro detalle es de un grupo de adolescentes, practicantes de artes marciales, que han tomado el parque como lugar de prácticas y cuya solo presencia motiva una algarabía y ladridos en uno de mis engreídos.
La mañana está calurosa a pesar de que el cielo no se encuentra muy despejado. Desde la noche anterior circulan corrientes de aire, inesperadas para la temporada de verano. Pienso que quizás sea causa del cambio climático y tal vez sea presagio de algún otro fenómeno atmosférico.
Mis engreídos se divierten como siempre en sus paseos, no sólo emocionados por los adolescentes y sus ejercicios, sino también por el movimiento de los pajarillos que habitan en los árboles del parque. Aunque por momentos noto en ellos una mirada distinta, como de búsqueda de algo.
Son quince para las once de la mañana y un sonido empieza a escucharse, profundo y permanente. Es como el que puede escucharse en una caracola. Un sonido de olas que se acercan y se alejan, un sonido que no se escucha cotidianamente. Un sonido que cada vez se hace más grave y que está acompañado de un viento inusual. Empieza a nublarse el parque, de un color claro oscuro, y los pajarillos han dejado de trinar y moverse.
Los engreídos han detenido sus correrías en el parque, y cada uno de ellos tiene levantada una patita, en posición de alerta.
Y de pronto, no sólo es el sonido extraño el que se escucha, sino también aullidos de muchos perros. Sonidos lastimeros, de temor, de miedo.
Mis engreídos, me miran a veinte pasos de mí, y también se unen a ese coro canino atemorizado. Sus aullidos son inusuales, y noto que también empiezan a temblar.
Corro hacia ellos, pero ambos han partido en direcciones distintas, como si sintieran algo que yo no capto ni comprendo.
La nube en el parque no me permite distinguirlos, sólo trato de guiarme por los gemidos que creo son de ellos, pero no los hallo. Y también tengo miedo. No sólo a perderlos sino porque el sonido profundo es cada vez más fuerte, más aterrador, como anunciando algo que sucederá.
Algo choca contra mí, y me caigo. Es uno de mis engreídos que gimiendo con fuerza ha llegado a mi encuentro. Tiembla de forma pavorosa, y busca mi protección. Lo beso y cojo con fuerza, sin saber que más hacer.
Quiero buscar a mi otro engreído, el más pequeño, el más valiente, el más veloz, pero no puedo distinguirlo. Siento sus gemidos, pero mi mirada no lo halla.
De repente, algo cae. Siento un movimiento en el piso y un ventarrón que lo acompaña. Uno de los grandes árboles del parque han caído y sus ramas han levantado una lluvia de hojas y de pajarillos.
Escucho un gemido, un sonido de dolor. Y una corriente fría corre por mi espalda. Pienso aterradamente que algo ha pasado.
Y en ese instante sucede algo terrible. La oscuridad del polvo en el parque es despejada por un destello inimaginable, el tronar asciende a un máximo volumen. Los aullidos se convierten en gritos de pánico. Ya no sólo los perros están exclamando de miedo, los gritos humanos los acompañan y superan.
Está ocurriendo algo siniestro…
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