Aburridas -4

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-Ha sido bestial. Me he corrido. –No puede ser. –Te lo prometo. No ha sido un orgasmo típico, ya sabes, la explosión del clímax, pero desde que me la he metido en la boca hasta que he acabado, he sentido todo mi cuerpo vibrar. Buf, tienes que probarlo, te encantará.

-¿Yo? ¡Ni loca! –zanjé, pero no pude quitarme la imagen de los labios de mi amiga devorando extasiada aquel pene descomunal durante varios días. Incluso las dos veces que tuve relaciones con Abel durante la semana siguiente, revivía la imagen cada vez que cerraba los ojos llevándome a los orgasmos más intensos de mi vida.

***

-Mañana por la noche tenemos una cita.

-Sí, la cena con las del comité de apoyo a la escuela. No sabes la pereza que me da.

-No, me refiero a después, al acabar.

-¿Qué?

Había pasado más de un mes, cinco semanas exactamente, desde que habíamos ido al parking del Hipercor y el tema parecía haber decaído bastante a pesar de que los días posteriores solamente habláramos de ello. Pero comprendí que había vuelto a las andadas. Me mostró otra imagen de un pene, más oscuro que el anterior, pero también de tamaño considerable.

-Llevo empapada desde ayer por la noche. -¡Ese lenguaje! –De verdad, no te imaginas lo excitada que estoy, y encima esta semana Carlos está de viaje, así que tengo que consolarme sola.

-¡Bibi por favor! No me cuentes esas cosas.

Se rió de mí a carcajadas, negando haberse masturbado pues quería estar completamente despierta y receptiva a todas las sensaciones que el juego le proporcionara, pero estaba impaciente.

-No sabes el morbo que me da. Cenaremos con las monjas de la junta escolar, discutiendo la necesidad de dotar de una rígida educación a nuestras hijas y los valores cristianos que debemos contemplar, para tomarme de postre un buen trago de leche calentita de un mozo de almacén –sentenció sin dejar de reírse.

-Estás loca.

No hay mucho que contar de la cena, más allá de definirla como una reunión de más de dos horas en que las tres monjas, la directora de la escuela y dos maestras que la acompañaban, expusieron a las ocho madres de alumnas que formamos el comité de apoyo las nuevas directrices que pretendían aplicar en aras de encaminar a nuestras hijas en la dirección correcta. Estas charlas no suelen tener demasiada contestación por nuestra parte, pues, exceptuando un par de casos,  solemos asistir más por recibir la información que para proponer cambios.

En cuanto nos montamos en el Mercedes de Bibi, ésta envió un mensaje al afortunado. Después de un par de respuestas mutuas, anotó una dirección en el navegador. Once minutos nos separaban de una calle desconocida en un polígono industrial de Cornellà, un pueblo del extrarradio barcelonés en el que no recordaba haber puesto los pies nunca.

En este caso buscábamos un Seat Ibiza rojo. En cuanto lo divisamos, nos acercamos a él y aparcamos a su lado, siendo los dos únicos coches de una calle sombría que seguramente debía estar muy concurrida de día.

Avisé a mi amiga de la indiscreción que suponía que el individuo viera nuestro coche y pudiera anotar la matrícula, pero nos pareció mucho más arriesgado aparcar en una calle paralela y recorrer andando el desierto escenario.

El hombre superaba holgadamente los treinta años y no era nada atractivo. No veíamos su cuerpo ya que estaba sentado en su asiento pero era obvio que tenía sobrepeso. Con ambas ventanillas bajadas, comenzó una conversación escueta y directa. ¿Dama aburrida? ¿Cañón sideral?

A pesar de la ridiculez del seudónimo, el chico parecía educado, nada que ver con el bravucón de la primera vez. Nos disponíamos a entrar en su vehículo cuando nos pidió hacerlo en el de Bibi.

-Que me la chupe una dama de la nobleza me pone, pero que lo haga en su Mercedes es el súmum.

Bibi accedió, pues así cada vez que monte en él a partir de esta noche voy a excitarme recordando el momento, estás enferma, respondí. Ambas bajamos para que ellos pudieran pasar al asiento posterior, yo tomé la misma posición que la vez precedente y comenzó el espectáculo.

Si el hombre carecía de atractivo, su indumentaria, una bermuda estampada y una camiseta negra, empeoraban el conjunto, pero no estábamos allí para asistir a un pase de modelos. Nosotras, en cambio, sí vestíamos acorde a nuestra posición social y a la cita precedente.

Bibi siguió su ritual, anudarse el cabello antes de lanzarse a descubrir el tesoro oculto, mientras el afortunado esperaba impaciente. Tal como la foto nos había anunciado, era más oscura y menos venosa que la anterior. Estaba fláccida y los hinchados testículos tenían un tono morado debido al rasurado que se había aplicado hacía pocas horas.

Esta vez mi amiga no la acarició. En cambio, entonó un Ave María Purísima antes de introducírsela completamente en la boca que me hizo sonreír. Sin duda, estaba muy metida en su excitante papel. El aún moderado tamaño del miembro le permitió alojarla entera en su cavidad mientras sorbía sin ascender para notar como crecía en su interior. Lentamente fue subiendo, liberando otra monstruosidad mientras el chico gemía. Descendió, ascendió, descendió de nuevo para volver a ascender, con la misma lentitud que mostró cinco semanas atrás.

Yo también se lo haré así a Abel, me dije en ese momento. Ese pensamiento me excitó, endureciendo mis pezones y humedeciendo mi sexo. Bibi recorrió todo el pene, alternando paseos con la lengua que acababan en los testículos con sonoras succiones que elevaban la temperatura del habitáculo, así como los jadeos del paciente.

Aguantó menos que el primero pero también fue premiado con una prórroga de varios minutos cuando su simiente ya se alojaba en el estómago de mi amiga.

Un placer guapas, cuando queráis repetir, ya sabéis dónde encontrarme fue su despedida cuando hubo bajado del coche.

-No entiendo cómo puedes habérsela chupado a un gordo asqueroso como éste –fue mi pregunta cuando enfilábamos el camino de vuelta a casa.

-De asqueroso nada. Es la polla más sabrosa que me he comido nunca. –La miré sorprendida, definitivamente había perdido el juicio. –En serio. Sabía superbién. A polla, evidentemente, pero no desprendía aquel olor agrio, medio sucio de algunas. -¡Qué asco! Pensé. –Y el semen sabía dulzón. Tendría que haberle preguntado qué ha comido hoy.

Continuará...


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