Estábamos en la posguerra y como se sabe en aquel tiempo se comía mal, aunque en aquella taberna de pueblo se comía peor que en otras casas, el motivo es que el padre de familia era muy estricto y violento y por no gastar tenía a la familia a medio alimento; esto lo sabían los vecinos, pues mientras que ellos mataban, como media, tres cerdos al año, los de la taberna mataban solo uno y otra carne no se compraba.
Eso también lo sabía un joven de un pueblo cercano, pero más se dio cuenta de ello cuando una tarde de un domingo entró en la taberna para tomarse algo… para luego pedir al joven de la taberna una lata de pulpo en conservas con una ración de pan, este abrió la lata a escondidas en un rincón tapando con su cuerpo lo que hacía, llevándole el pulpo en un plato sin pizca de salsa, cosa que le extrañó, pero no dijo nada, poniéndose a comerlo… pero mientras que comía el pulpo, vio como el joven disimulando mojaba pan en la salsa y comía.
Viene a cuento de lo dicho, que un vecino y cliente de aquella taberna un día en confianza entró en la cocina, como lo hacía otras veces, viendo como la tabernera metía el rabo del cerdo en la cazuela, ocurriéndose al momento, con la idea de armar bulla, de ir a casa por el rabo de un cerdo de ellos, para luego en un descuido de la mujer metérselo también en la cazuela.
A la hora de comer, la mujer se quedó estupefacta cuando al sacar la carne de la cazuela se encontró con dos rabos, preguntándole a su marido si él lo había metido, el marido reaccionó como siempre gritándole que no y que ella sabría, armándose la marimorena con gritos y amenazas, pues como era posible que hubiera dos rabos si ellos solo mataran un cerdo… aquello era inverosímil… no lejos de allí estaba el vecino escuchando y riendo aquella ocurrencia.
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