Aburridas -6

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El hombre mantuvo su pose altiva, fría, unos segundos, antes de añadir sin dejar de mirarnos:

-Vamos a dejar las cosas claras desde el principio. Aquí las normas las marco yo. Tú me la chuparás cómo y cuando yo diga. Y tú, participarás si yo lo ordeno. –Un escalofrío recorrió mi columna. –Estas son mis condiciones. Si no os gustan, podéis largaros ahora mismo.

Vámonos de aquí pensé pero no me atreví a decirlo en voz alta. La mirada de aquel hombre intimidaba. Bibi me escrutó por espacio de varios segundos, calibrando mi reacción supongo, pero tampoco respondió. Esperaba que pusiera el coche en marcha y abandonáramos el lugar pero en vez de eso, le devolvió la mirada, vidriosa, anhelante.

Si aún no estaba claro que habíamos claudicado, las manos del caballero abriéndose el pantalón para que asomara su miembro, arrogante, fue nuestra condena. Realmente era la mayor que había visto nunca, la más grande que Bibi iba a degustar.

-Salid del coche las dos –ordenó. Obedecí temblando, mientras mi compañera parecía un animal en celo. –No me la chuparás en ningún coche. Te arrodillarás en el suelo, aquí mismo. Si realmente eres tan buena felatriz como pregonas, deberías saber que una polla se chupa arrodillada. Como acto de pleitesía al macho.

Bibi miró el asfalto, sin duda preocupada por mancharse el vestido o rasgarse las medias. Al llegar al lado de mi amiga, el desconocido continuó usando el mismo tono imperativo y machista:

-A las zorras callejeras no les importa pelarse las rodillas, pero confirmando que realmente sois damas con clase, permitiré que utilices la chaqueta como cojín.

Mi amiga llevaba un vestido de una sola pieza hasta medio muslo, Sita Murt creo, con una torera a juego en tonos oscuros. Sin que él lo hubiera ordenado directamente se la quitó, doblándola, pero antes de que la soltara en el suelo y se arrodillara, el hombre se dirigió a mí.

-Ya que no vas a participar activamente, lo harás de modo pasivo. Quítate también la chaqueta que también servirá de cojín de la reina.

Yo vestía pantalón elástico negro Margot Blandt a juego con una blusa marfil de la misma diseñadora, cubierto por la chaqueta bolero a juego en el mismo color claro. Mi cerebro negaba pero mis manos no le obedecieron. Me la quité, la doblé como había hecho Bibi con la suya y se la tendí, esperando que la mía quedara encima para no ensuciarla.

-Cuando quieras –ordenó mirándola.

Mi amiga preparó el cojín, con mi chaqueta encima afortunadamente, se arrodilló y no dejó de mirar su postre ni un segundo mientras le bajaba los pantalones hasta las rodillas. Sacó la lengua para comenzar lamiéndola, la recorrió hasta los testículos que también cató, para volver al glande que engulló golosa. El miembro ya había adquirido un tamaño considerable cuando el hombre emitió el primer gemido de satisfacción, acompañado de otro mandato humillante:

-Que sea la última vez que apareces con un vestido hasta el cuello. Pareces una monja. Me gusta ver y sobar las tetas de la comepollas que tengo arrodillada. –Par continuar girándose hacia mí. –Por hoy me conformaré con las tuyas. Venga, ¿a qué esperas? Ábrete la blusa y enséñamelas.

-¿Cómo? –llegué a preguntar aturdida. Pero no reaccioné como esperaba, reaccioné como ordenaba él. Desabroché los seis botones de la blusa, me quité el cinturón Corsario a juego, y me desabroché los corchetes dorsales del sujetador mostrándole a aquel desconocido, a cualquiera que pasara por allí, algo que solamente había visto Abel desde hacía dieciséis años.

-Buenas tetas, operadas sin duda. Pero son perfectas. Es obvio que has pagado a un buen cirujano. Las tuyas, en cambio, -continuó mirando hacia la mujer arrodillada –no puedo verlas pero parecen naturales. –Había alargado la mano para sobarle una. -¿Lo son? –Sí, respondió abriendo un poco la boca. –No dejes de chupármela si no te lo ordeno.

Nunca me había sentido tan humillada en mi vida. Estábamos al aire libre, relativamente escondidas pero cualquiera que pasara con el coche podía vernos, arrodillada mi amiga, medio desnuda yo, aguantando el tono machista de un sátiro que disponía de nosotras como si fuéramos esclavas romanas.

La felación era cada vez más sonora. Por los esfuerzos de Bibi para alojar aquella enormidad, respirando, sorbiendo, llegando a tener alguna arcada incluso. Por los gemidos cada vez más continuados, acelerados, del desconocido. Agarró a Bibi del cabello con la mano derecha, yo te ayudo a tragártela entera, para empujar lenta pero sostenidamente su virilidad en la garganta de mi amiga, que se debatía entre salivar, respirar y alojar. A pesar de la tensión en la musculatura de mi compañera, completamente roja en la cara y el cuello, ni ella se retiró ni él retrocedió. Con la nariz de la pobre chica contra su pubis el desalmado aún fue capaz de proferir dos órdenes adornadas por sus jadeos. Aguanta, referido a Bibi, acércate, a mí. Di el paso, sin objeciones. Su mano libre, asió mis pechos, sobándolos, para emitir un profundo gemido, gutural, al inundar la garganta de mi pobre amiga.

La profundidad de la penetración y la fuerza del músculo percutor provocaron que varias arcadas la sacudieran pero aún hoy no entiendo cómo lo hizo para no desalojar aquel pene de su cuerpo. Fue el hombre el que lo retiró lentamente hasta dejar solamente el glande protegido. Cuando mi compañera se apartó para inhalar una profunda bocanada de aire, el caballero tuvo las santísimas narices de afeárselo. ¿Te he dicho que dejes de chupar? Bibi respondió rauda, chupando con desespero, como si acabara de comenzar.

Así estuvimos un rato, sobándome con ambas manos mientras mi amiga no se detenía. Entonces ordenó, límpiame los huevos que los tienes abandonados. Hasta que llegó el colofón de la noche.

-Eres realmente buena. De lo mejor que me he encontrado, pero no estoy satisfecho del todo. Tengo a dos zorritas a mi disposición y solamente trabaja una. -Hizo una pausa para mirarme fijamente, pero negué con la cabeza incapaz de llevarle la contraria. –Si queréis volver a verme debo irme a casa con dos mamadas. Ya que tu amiga no quiere colaborar, ¿serás capaz de exprimirme de nuevo? –Sí, respondió Bibi chupando con más ansia aún, si es que ello era posible.

Lo logró. Pero una amenaza quedó flotando en el aire. La próxima vez tú también participarás.

Llegué a casa temblando. Tiritaba, y no era frío lo que sentía mi cuerpo, pues ardía. Entré en el baño de invitados, ya que utilizar el de nuestra habitación podía despertar a mi marido que debía dormir plácidamente, tratando de lavarme la cara y serenarme. Como esté despierto, lo devoro, le confié a mi reflejo en el espejo, pero al abrirme la blusa deseché tal posibilidad. Dos puntos morados, dos dedos ajenos, mancillaban mi pecho derecho. Pobre, no debe verlo, lo que me sumió en el mayor de los desconsuelos posibles, por no poder consumar un acto que necesitaba, por el punzante sentimiento de culpa que me martirizaba.

continuará...


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