Te echo tanto de menos que creo que me va a reventar el pecho. Se me agolpan las sensaciones cada vez que pienso en ti: añoranza, cariño, bienestar, dolor de no tenerte, ansia por tu contacto, por tus besos, necesidad del roce de tus manos, angustia de no poder verte, alivio al oír tu voz, tan ronca a veces, cuando cantas, tan suave otras, cuando me llamas preciosa y me declaras tu amor, tan baja cuando me miras a los ojos y me hablas para que nadie en el mundo salvo yo sepa lo que dices, como si tuvieras miedo de romper la delicada burbuja que nos separa del frío mundo exterior.
Ojalá pudiera quedarme contigo en esa frágil burbuja que nos separa de todo; ojalá no hubiera que volver a la tan tediosa realidad, al trajín constante de los días monótonos que son los que no tienen tu presencia, al mundo descolorido y gris que me rodea cuando no estás cerca de mí. Ojalá pudiéramos quedarnos en la cama, en la mía o en la tuya, bebiendo del abrazo del otro, de los labios de nuestro acompañante, que son como agua fresca en el desierto de la rutina. Ojalá pudiéramos tenernos todos los días, todas las horas, sabiendo que no nos resultaría pesado, que encontraríamos nuestro equilibrio en el mar de horas del océano de nuestros días. Quiero surcarlos contigo a mi lado.
Cuántas ganas tengo de volver a verte, de volver a sentirte, de poder verte y tocarte sin que haya una pantalla de por medio. Por usar tus mismas palabras, cuántas ganas no puedo tener de volver a tenerte. Tenerte en mis brazos y yo en los tuyos, rozarte la cara, acariciarte los párpados cerrados para que luego los abras y me cortes la respiración como sólo tú eres capaz de hacer.
Ojalá pudieras dejarme sin aliento todos los días. De todos los meses. De todos los años. Todos. Contigo.
Para mi chico. Dedicado a ese anónimo chaval del metro de Sevilla que me vio escribirlo.
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