Nabucodonosor no había nacido todavía

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Alejo el rey hizo llamar a sus súbditos. Arrodillados emprendieron la marcha desde los más variopintos lugares del vasto imperio. Entraron al palacio de Alejo y todos, sin excepción, encontraron sitio en el salón del trono. Alejo el bueno, el sabio, el todopoderoso, el hermoso. Alejo los recibió fumando en pipa. Una gran pipa. También la corona era grande. Como grande era su cabeza. Cabeza de rey. Un silencio histórico hizo el milagro de poder escuchar el latido del corazón de Alejo, porque cualquier otro corazón ante la presencia de Alejo dejaba de latir al instante. Educación, sobre todo, aunque algunos dirán que se trataba de puro miedo.

 

Y habló el rey. Y los súbditos escucharon por primera vez la voz atronadora de Alejo.

 

"Querido pueblo. (Una tos, no de Alejo.) Queridos hijos míos. (Un estornudo, no de Alejo.) Ha llegado el día...

 

Y ahí terminó el reinado de Alejo.

 

Varios historiadores conjeturan que el de la tos y el del estornudo eran en realidad sicarios de otro rey y que tenían orden de ejecutar a Alejo y luego dejarse matar. Luchando, eso sí. Otros, los menos, apuestas porque se produjo un paso hacia adelante de los súbitos allí reunidos porque alguien, inocente, llegó tarde a la llamada de Alejo y al abrir la puerta y entrar, originó que la muchedumbre se removiera. Y la muchedumbre cuando se remueve es semejante a los ñúes en la emigración anual por el Serengueti.

 

Pero hay otra variable, pura especulación, por el momento, en la que trabaja un historiador anónimo de un lugar despoblado de Celtiberia. El hombre, que habla solo y pasea por Zaragoza, Teruel, Huesca, Soria, Segovia y Guadalajara, afirma que Alejo en verdad reunió a la gente para hacerles saber que les dejaba todos sus tesoros, palacios, mujeres, reinos, haciendas, trajes, espadas, miedos, anhelos, mentiras y amores. Que había comprendido que no era un buen rey. Y que pidió perdón. Y que se puso de rodillas. Y que besó los pies de todos los presentes. Que lloró. Que humildemente regresó al trono para despedirse. Pero la muchedumbre no le había escuchado, ni siquiera había agachado la cabeza para ver cómo culebreaba, o cómo acercaba sus labios a los sucios pies, muchos llenos de llagas. La muchedumbre únicamente permaneció extasiada ante la belleza del lugar. Sorda, pero elevada a otra realidad.

 

Así que Alejo murió porque los súbditos, aunque capaces de apreciar el arte, a lo que no estaban dispuestos era a dejar pasar la oportunidad de arrebatarle a la vida al hijoputa que les hacía la vida un infierno.

 

Este historiador también da por buena la leyenda que habla de que la cabeza de Alejo fue a parar a un reino lejano llamado Facebook, con más habitantes que cualquier otro lugar del planeta Google.


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