RUBÉN
Iba por los lugares desconocidos, evocadores aromas de flores silvestres se derramaban entre palmeras y playas que sólo podían ser del paraíso. El sol hacía mágicos los colores recreando sugestivos contrastes, donde sentirse liberado, sin ataduras, sin observaciones. Encuentro con ese yo a solas. Brisa marina, símbolo de la libertad alcanzada, reinaba entre barcas, olas y rocas. Todo invitaba a respirar y zambullirse en cristalinas aguas como lúdicos delfines rodeados de juventud, deseo y sosiego. Fácil era integrarse en el claro lecho de las estrellas. Jubilosas fiestas de amistad sempiterna emitían la historiada música de un poema, mientras chorreaban jugosas frutas y una mujer llegaba con el bello destino que para mí había decidido, delgada, dorada y verde como una espiga. Cariñosa y sabia como un niño, entretejiendo en sus cabellos nuestros caminos.
Y es que súbitamente comencé a oír mis poemas con música que declamaban mis amigos hasta la embriaguez. La mujer de ojos glaucos llegó en la bandeja plateada del instante.
Sonó el teléfono y me sobresalté tanto que se estremeció el sofá sobre el que descansaba, era Rubén, mi amigo.
-¿Qué tal, Marcos?.- Yo bien, aquí.¿Y tú, Rubén?
-Adivina dónde estoy.
Y empezó a contarme. Atónito le escuchaba,; todo cuanto me contaba coincidía con mi propio ensueño. Cómo era posible que él lo estuviera viviendo tan exactamente. -Marcos si pudieras ver a través de mis ojos, es que si no debe ser muy difícil de imaginar.
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