-La rubia tiene una hija y su marido se llama Carlos. Tiene una empresa de 200 trabajadores y es mayor que nosotros. Se ve que le van maduros, así que tal vez deberías empezar por ahí. La chupa de vicio. Las dos la chupan de vicio –los celos iniciales se tornaron en orgullo, -pero esta se mete toda mi polla hasta la garganta. -¿En serio? –Cómo lo oyes. -¡Menuda zorra!
-La morena es más tímida. Está casada con otro jefazo de no sé qué multinacional y tiene cuatro hijos. -¿Cuatro? –Cuatro, ya sabes cómo son las pijas ricas, como los van a dejar en manos de niñeras, no se cortan. Por eso se operó las tetas, pagadas por su queridísimo Abel. No tiene la garganta de la amiga, pero creo que es más zorra que ella. –El cerdo babeaba, pero mi entrepierna no le iba a la zaga.
No me sentía como una esclava romana, hoy su trato hacia nosotras era más degradante que un mercado persa. Pero allí estábamos, de pie, aguantando improperios, ansiosas, sedientas, excitadas.
Hubiera aplaudido, vitoreado incluso, cuando Caballero me llamó a su vera. Pero mi pudor, el poco que me quedaba, me lo impidió. Bibi se acercó al amigo, desagradable, desaliñado, pero sabía que yo también pasaría por allí.
Fui más rápida que mi amiga desvistiendo a mi miembro, catándolo. Noté sus manos sobando mis pechos, que ofrecí orgullosa irguiéndolos, acercándolos a las expertas extremidades. Sorbí con deleite, con hambre, confirmando que yo era más zorra. La más zorra que nunca hayas conocido. Sin que me lo dijera bajé a sus testículos, huevos me dije a mí misma, llámales por su nombre de guerra, volví a su miembro, hasta que decidí premiarlo con mis pechos, mis tetas. Abracé su pene con ellas, su polla, y lo masturbé mirándolo extasiada. En sus ojos vi satisfacción, gozo, reconocimiento.
Cuando cerró los ojos miré a mi izquierda, donde Bibi engullía aquel miembro asqueroso. Lo había alojado completamente en su boca, este no le llegaba a la garganta, pero sorbía lentamente, llevando a aquel cerdo que la agarraba de la cola, al séptimo cielo. Pude apreciar que era un pene oscuro, ancho pero corto, porque en aquel momento se lo sacó de la boca para lamerle los huevos, casi negros. Entonces el hombre se levantó, súbitamente, chúpame la polla zorra, orden que Bibi obedeció atenta, mientras el hombre descargaba, eso es, bébetelo todo puta rica.
Giré la cabeza pues no quería que mi hombre se sintiera desatendido. Había abierto los ojos por lo que me sentí pillada en falta. Para compensarle, bajé la boca rápidamente y reanudé la felación con la mayor profesionalidad que fui capaz. Se corrió al poco rato sosteniéndome de los pechos, una mano en cada teta, apretando, agarrado a mis pezones.
-¿Qué te ha parecido tu zorra? –preguntó Caballero.
-¡La hostia! Nunca me la habían chupado así de bien.
-Pues viniendo de ti tiene mérito –rió jocoso, -con la de putas a las que has pagado.
-Ninguna puta le llega a la suela de los zapatos a esta dama –sonrió burlón, agarrándola de un pecho.
-Pues espera a probar a la madre de familia. Tampoco le va a la zaga.
El viejo verde resopló, mirándome famélico, como un depravado. Pero aún no me reclamó. Vació de un trago su vaso y pidió otro, así que Caballero nos lo ordenó, servidnos otra copa, damas. Ambas entramos en la cocina para atender su demanda cuando me sobrevino. Los espasmos en mi vagina no se habían detenido ni un momento, pero sería por la fricción en mis labios provocada al caminar, sería porque estaba tan desbocada que había perdido el norte, no lo sé, pero me corrí de pie agarrada al mármol de la cocina con tal intensidad que Bibi tuvo que sostenerme.
-¿En qué nos hemos convertido? –pregunté cuando recobré el aliento. Su mirada, esquiva, me desorientó.
Aunque no me apetecía, era obvio que ahora tocaba intercambio de parejas. Tendimos la bebida a cada uno según el nuevo orden, pero en vez de quedarnos de pie, Gentilhombre me invitó a sentarme a su lado. No me apetecía, pero bastó una mirada de Caballero para que obedeciera sumisa.
Me pasó un brazo por encima del hombro con el que me lo acariciaba, así como la nuca y el cabello, mientras sostenía la copa con la derecha, hasta que decidió que necesitaba las dos manos libres y me lo entregó para que yo lo sostuviera. Ahora, su mano acarició mis pechos, ¿cuánto te han costado?, no lo sé, los pagó mi marido, ¿Abel?, sí respondí mientras un pinchazo se me clavaba en las sienes, remordimientos, y otro en mi sexo, excitación. Bajó la mano a mi entrepierna, pero yo no las separé, eso no, pedí, así que cambió de objetivo. Después de detenerse en mis tetas, con un dedo ancho y arrugado recorrió mis labios. ¿Estos son los labios que me la van a chupar? Asentí. Entonces acercó su cara a la mía para besarme. No quería pero algo me paralizó. Sus labios chocaron con los míos, que no abrí pero fueron lamidos por su lengua. Sabía a alcohol. Me miró altivo, disgustado. ¿No quieres besarme? Negué con la cabeza, rogando para que Caballero no lo hubiera oído.
-Ya veo, no soy lo suficientemente bueno para ti. –Me pellizcó un pezón con saña, haciéndome daño, por lo que no pude evitar un quejido. –Pues ya va siendo hora que alguien te baje esos humos. No eres más que una zorra que se alimenta de polla, así que venga, ¿a qué esperas? Aliméntate –ordenó arrastrándome del cabello hacia su pubis.
No dudé. Me la metí en la boca para acabar lo antes posible, pero no conté con que se había corrido hacía menos de media hora. Después de un buen rato ensalivando aquel miembro corriente me ordenó arrodillarme a su lado en el sofá, como una perra con el culo en pompa y las tetas colgando. Primero me las sobó, hasta que cambió de objetivo. Después de acariciarme la nalga me soltó una nalgada. No me lo esperaba, así que detuve la felación, sorprendida, pero la segunda, más fuerte y sonora, me obligó a continuar. No sé cuantas me pegó, pero se reía y me llamaba perra, hasta que oí la voz de nuestro hombre, al rescate.
-Ayuda a tu amiga que es tarde y quiero acostarme. -Al momento, Bibi apareció a mi izquierda, arrodillada en el suelo, para lamerle los testículos y acelerar su orgasmo. -¿Qué te parece el juego? ¿Divino, eh?
Pero Gentilhombre ya no respondió. Bufaba como un toro, aunque físicamente me recordaba más a un hipopótamo, señal inequívoca de que estaba a punto de derramar su semilla en mi paladar.
continuará...
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