Más o menos

Con la inquietud y las ansias de saber que tiene todo niño de cinco años, Alejandro, preguntaba y preguntaba. Una mañana sorprendió a su madre, Luisa.

-Mamá ¿si hiciéramos un agujero en la tierra apareceríamos en China?

La madre se lo quedó mirando un segundo y contestó:

-No, creo que en India.

-Entonces, -prosiguió Alejandro- ¿los indios viven boca abajo?

Su madre cansada le replicó:

-Más o menos.

Alejandro corrió a su cuarto, miro todos sus enseres y queridas posesiones, como los coches, peluches y clips de playmobil, y salió como un rayo hacia el tendedero. Allí cogió un trozo de cuerda, que su padre había dejado olvidado desde el día en que puso el invento para tender, y volvió a su habitación.

Al llegar a casa, el padre saludó sin mucho entusiasmo a su consorte y se fue directo a ver a su niño. Abrió la puerta y... ¡Sorpresa!

-Alex pero ¿qué significa todo esto?

Alejandro había atado todas sus cosas, hasta la cama, al armario. Pues era lo que le parecía más sólido de la habitación, y se disponía a atarse él también, no fuese a ocurrir, que durante la noche, y mientras dormía desprevenido, la tierra diera una vuelta y él y sus preciados juguetes cayeran al vacío.

Conforme intentaba explicárselo a su padre, éste no daba crédito, e intentaba aguantar la carcajada que le asomaba ya por la comisura de la boca, hasta que no pudo más, y las risas de papá estallaron ante la cara de asombro de Alejandro. Que todo serio y circunspecto se iba enfadando por momentos.

Su padre intentó explicarle, que por mucho que la tierra girase, él no se iba a caer, gracias a una cosa llamada gravedad. Alejandro le espetó:

-Entonces, la gravedad ¿te pega al suelo?

Pedro le contestó:

-Mas o menos.

Durante la cena, el niño estuvo callado, no paraba de barruntar en silencio, y empezaba a vislumbrar que, cuando un tema era de difícil explicación, al final, la cosa se arreglaba con un “más o menos”.

Al día siguiente, era domingo. Todos se levantaron tarde, se pusieron unos tejanos y una camiseta, bueno papá y él se pusieron eso, pero mamá salió del baño como si fuera carnaval, pintada de todos los colores y con la falda de Pocahontas. El niño no dijo nada. Se la quedó mirando, con sus dos grandes y redondos ojos. Su madre al verlo le preguntó:

-¿A qué está guapa mamá?

Él contestó:

-Más o menos.

Y salió corriendo.

Luisa se echó a reír y le dijo a su marido:

-¡Mira que salao!

Salieron todos hacia la plaza, allí Pedro hablaba con los amigotes y él jugaba con las piedras que había cerca del bar, cogía una hoja, iba de mesa en mesa haciéndose el gracioso, e importunaba a todos los allí reunidos. Mientras sus padres se despreocupaban del niño, como si el bar fuera una guardería popular.

Al cabo de un rato, llegó Juan, el mejor amigo de su padre. A él no le gustaba mucho, pero tampoco le caía mal. Lo cierto es que no le gustaba porque no le hacía el caso que le hacían los demás, ni estaba pendiente de sus gracias.

Dos o tres cervezas después, los tres se dispusieron a volver a casa. A mitad de camino, Luisa les dijo que ellos dos se adelantaran, pues se iba a comprar el pan.

Mientras caminaba cogido de la mano de su padre, intentando pisar sólo los adoquines negros, le dijo:

-Papá, mamá es una mentirosa.

-Alex, ¿por qué dices eso? ¿No ves que es muy feo? A ver ¿qué mentira te ha dicho?

-Ha dicho que va a por el pan, y no es cierto, porque el pan lo ha comprado esta mañana, mientras nosotros nos vestíamos, y está en la bolsa de la cocina.

Su padre no le hizo caso, pero al llegar al piso, miró la bolsa, y vio que el pan ya estaba en ella. En ese momento entró Álex en la cocina, y al ver a su padre con la barra en la mano, le explicó:

-Papá, mamá más o menos con Juan.