Era ya muy tarde y todavía no había regresado. No la había llamado al móvil ni le había enviado un mensaje. Era un signo alarmante de que algo grave le había ocurrido. Temía lo peor: que lo hubieran detenido. Si no estaba en casa en una hora, haría las maletas y desaparecería sin dejar rastro, como habían convenido, pues si, bajo tortura, acababa delatándola como inductora del crimen, estaba acabada. Tendría que vivir con ese estigma toda su vida y sería la deshonra de su familia. Lo que más le dolía, con solo pensarlo, era el daño que haría a las personas a las que más quería. Ya se imaginaba los titulares de los periódicos del país: “Último triunfo de la Operación Futuro Sin Humos: Un hombre de mediana edad es sorprendido in fraganti intentando comprar tabaco. Al parecer, fue su adicta esposa quien lo persuadió para cometer este grave delito. De momento, la mujer se halla en paradero desconocido”.
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