La soledad crea soledad
Por Pez de ciudad
Enviado el 22/01/2017, clasificado en Reflexiones
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Ella lloraba y lloraba. Yo no podía hacer más que, como un imbécil retrasado, mirarla y verla llorar. Me había equivocado. El gran concepto que a hondas parezco tener de mi mismo me decía siempre que yo no podía equivocarme, que no podía hacer nada mal, siempre encontraba algún tipo de lógica que podía llegar a explicarlo todo. Y de igual manera podría haberlo hecho esta vez, pero claramente no era lícito. Ella sollozaba, lloraba tanto que le costaba respirar, aun así, se contenía en la medida que podía por miedo a que en las habitaciones contiguas se adivinara lo que podía estar pasando.
Eres un ególatra de mierda.
Un simple concierto. Un concierto que parecía haberme jurado más que cualquier otro acontecimiento en mí provenir inmediato. Ella me acompañaba, no solo conmigo venia, también me acompañaban mis iguales, mi manada. Ja. Pero el caso es que allí conmigo estaba ella también, al menos físicamente, ya que yo me encontraba solo en sintonía con el alcohol que acompañaba a mi sangre hasta mi razón.
Yo solo. Para variar. Yo solo contra una vorágine de sinsentidos que, a saber, atravesaban mi mente de forma aleatoria haciéndose prácticamente impredecible el resultado de una ecuación que ni de inicio podía plantearse, pero que se escribía sobre la marcha. Me iba construyendo a base de la siguiente copa, esperando que el resto lo pusieran unas secuencias de palabras bien escritas que junto a la música pertinente me hicieran temblar. A mí. Puta metafísica.
El caso es que si, era así, yo mismo y las putas circunstancias, que siempre me acompañan, nos empeñábamos en seguir construyendo la pequeña parte de, lo que de momento voy a llamar, mi alma, que siempre se ha creído que estaba falta en este mundo de comprensión mayoritaria o de imparcialidad de juicio. Ahí estaba yo, moviéndome como un loco, como un, ciertamente, poseso de las ideas nihilistas que justifican esta ideal comprensión del ser de uno mismo, ajeno a cualquier suceso a mi alrededor que comprendiera algo que, a mi juicio, fuera incomparable a la levedad del ser.
Pobre de ti, maldito sabelotodo, hacedor de ideas divinas.
Una pequeña sombra se movía detrás, distante. Una pequeña sombra que no comprendía enfado ni rencor, puramente dolor. Una pequeña sombra a cobijo de lo que igual había sido un gran haz de luz esperanzador. Tú eres el estorbo. Tú provocas la sombra. Maldito egoísta.
Me acerque a ella en un breve momento de lucidez. Quería saber de ella consciente del deliberado desprecio por su compañía, por la de todos los demás, que había mostrado. Esa sombra solo pudo crecer debido a mi acercamiento, pura física. Contra más cerca estaba, más grande era, y menos podía verla. Dile tú a una tozuda montaña que se mueva para dejarte ver el sol, bah, imposible.
Me acerque a ella en busca de un perdón banal por una leve imprudencia, sin querer ver lo que había generado. Un reproche, tapado por las grandes ideas que inundaban mi pensamiento, se acerco a susurrarme al oído que algo malo estaba haciendo. COMO? QUE? YO? ALGO MALO? NO HE MATADO A NADIE JODER!
Eso me digo, eso me afirmo, mientras callo. Soy espectador de primera fila en uno de los grandes actos egoístas que marcará esta era! Sabio de ti, entimismado cabrón que calla.
Callo mientras lo único que soy capaz de pensar es, literalmente, que: comparto, consiento, respeto… pero lo único que no hago ni he hecho ni haré es perdonar. No perdono que me hayas jodido esto, este concierto, el gran acontecimiento de mi porvenir inmediato. Callo. Sucio de mí.
No te perdones lo subsiguiente. No te perdones el haber hecho algo mal. No te perdones el no reconocer haber hecho algo mal. No te perdones el haberle hecho pensar a ella que ha hecho algo mal. No te perdones el dejarla buscar tu perdón por algo que no ha hecho mal. No te perdones y punto.
Ella lloraba y lloraba y tu sabias porque, y tu podrías no haber inflingido tanto dolor, y tu podrías haber hecho las cosas bien. Ella lloraba, desconsolada, así como no habías visto llorar por tu culpa a nadie, pero era culpa tuya. Tu, porque hiciste que se sintiera sola. Tu, porque tu mente te impedía pensar que se sentiría sola. Tu, por alejarla aun más de ti y dársela un poco más a la soledad. Joder, ella no paraba de llorar; y contra más lloraba ella, más grande se hacia tu remordimiento y más lejana se planteaba tu redención, tu catarsis. Y lejanas siguen siendo.
Date cuenta de que hay almas más allá de tu mierda de espíritu. La soledad crea más soledad, no hay duda de ello. No dejes que por ti ella tenga que llorar más.
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