Enrico

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Enviado el , clasificado en Ciencia ficción
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-Giacomo, amigo mío, ¿cómo has podido despreciarme de tal forma? Casado a mis espaldas y ahora un hijo… ¿Crees que puedes hacerme esto? ¿Quién coño te crees que eres, cabronazo? Soy Vito, haces lo que yo digo y si no, pagas las consecuencias. ¿Sabes? Me va a costar mucho no hacerte pagar por esto… ¿Te avergüenzas de mí? Te invité a mi boda…por dios te he dado todo lo que tienes en la vida. Y ahora me humillas delante de todo el mundo.
-No quiero tu mundo, Vito. No quiero que mi familia viva como yo he hecho los últimos años de mi vida. Rodeados de drogas, corrupción y muerte…esto no es lo que tú querías, has cambiado Vito. Pero yo no, sigo siendo igual que el primer día, como tú tiempo atrás. Lo que haces es repugnante.
Vito apretó los labios y desvió la mirada, iracundo. Hizo amago de ir a golpearle, pero al final se detuvo, se lo pensó mejor.
-Traerles.-ordenó a los hombres que se encontraban dispuestos en el pequeño patio. Se encontraban en la humilde morada de Giacomo, en lo alto de una colina en las afueras de la ciudad submarina de Siracusa. Desde allí podían admirar la extensión de la población hasta los astilleros. A sus espaldas, las frías paredes de la caverna se alzaban imponentes.
-No, Vito, ellos no te han hecho nada. Mátame a mí, pero a ellos no les hagas daño.
-Tú mismo lo has dicho, he cambiado. He aprendido que los mejores castigos no se imponen a una persona, sino a sus seres queridos, de esta forma os duele más, lloráis más.
-Por favor…-dudo unos instantes antes de seguir adelante.-por nuestra amistad.
-Oh, pero amigo mío, eso no significa nada para ti, menos lo hará para mí. Me has traicionado. ¿Oyes eso? Sí, a lo lejos, la policía busca a los míos por culpa de tu chivatazo.
Giacomo negó impotente con la cabeza pero su viejo amigo, esta vez sí, lo golpeó con el revés de la mano.
Al momento salieron de la casa tres figuras. Uno de ellos era un niño pequeño, de no más de cinco años. Junto a él una mujer de tez morena y rasgos árabes. El otro era el matón de Vito, armado con una escopeta y dispuesto a usarla.
-Ah, hermosa, ¿verdad?-Se acercó a ella y le acarició el rostro con dulzura actuada.-Pensaba que te decidirías por una italiana…una siciliana, una de las nuestras. Sin embargo aquí estás con una extranjera.
-Me llamo Valentina y soy de Catania.-escupió ésta con desprecio.-Somos más italianos de lo que tú nunca serás. Matas a tu gente. No eres más que la enfermedad que consume nuestra tierra.-Pero solo consiguió una sonrisa por parte de Vito.
-Vaya, tiene agallas. De acuerdo, dejare a un lado el hecho de que no parezcas italiana. En realidad no tengo nada contra ti.
-Pues déjame marchar.-pidió con los ojos rojos, de ira o tristeza.
-Ah, no. Tu marido aquí presente ya ha ofrecido su vida por la tuya y he rechazado la oferta. ¿Qué te hace pensar que te dejare marchar sin darme nada a cambio?
-Por favor, Vito, deja a mi mujer y a mi hijo en paz.-La desesperación iba tomando el control de su cuerpo. Se sacudía para intentar desasirse de las cuerdas que lo ataban, pero sus captores lo retenían a buen recaudo.
-No estás en situación de dar órdenes.-gritó malhumorado.-Así que cállate y deja que decida. Morir o vivir. Una de las dos. Y creo que ya he decidido.
-Vito, somos amigos, recuérdalo. Jugábamos juntos cuando…
-Te he avisado.-Desenfundó la pistola y sin mediar palabra alguna descargó el cargador contra su esposa. Bala tras bala, atravesaban la dulce y suave piel de su amor. Sus ojos perdían el brillo que los caracterizaba y ahora tan solo se movía con los espasmos de la muerte, tumbada en el suelo, sobre un charco de sangre que se hacía más grande a medida que pasaba el tiempo.
Giacomo no dijo nada, su expresión ya lo hacía. Completamente pálido, con la boca abierta y temblorosa, le fallaban las fuerzas. Aquello por lo que había vivido todos esos años ahora se retorcía en su propia sangre.
Volvió la mirada su hijo pequeño que contemplaba la escena sin entender muy bien de que se tratara.
-Te he dicho, que nuestra amistad no me importa y esto lo demuestra de sobra, ¿no crees? Podría haber hecho lo que quisiera con ella, incluso follármela, seguro que le habría gustado y no habría puesto pega alguna. Pero he decidido matarla para enseñarte que esto no es una broma. La mujer a la que amabas ha muerto.
Giacomo miró a su hijo Enrico y este lo miró a su vez. Sus miradas se cruzaron y su padre hizo lo que había repetido cientos de veces cuando jugaba con él. Le guiñó un ojo y sonrió. Enrico sabía que aquello no era un juego, pero captó el mensaje. Su mente era joven. Aún así, se daba cuenta de que esas personas querían hacerles daño.
Sin que nadie lo viera venir, el niño echó a correr de repente. Y en cuestión de segundos había desaparecido por la puerta que conducía a la calle. Si conocía bien a su hijo, en ese momento entraría a las alcantarillas de la ciudad y no se le vería nunca más. Sabía a donde tenía que ir.
-Maldita sea, buscadle. En cuanto a ti, querido amigo Giacomo, vas a morir.
-Eres una vergüenza.
Y con los labios apretados como símbolo característico acabó con su vida. No cerró los ojos cuando la sangre le saltó al rostro. Tampoco escatimó en balas con su viejo amigo. Pues su cuerpo adquirió nuevos inquilinos. En la cabeza, el cuello, el pecho, el estómago. Con él se desahogó. Y sin embargo sabía que echaría de menos a su amigo, con quien tantas penalidades había pasado a lo largo de su vida.
Pero le había traicionado y no podía perdonarle.

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