El caso real de una niña y un viejo reales (PARTE I)
Por Prometea
Enviado el 28/01/2017, clasificado en Adultos / eróticos
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El viejo soy yo con más de 50 años, con una libidinosidad añejada y una panza más prominente que mi cuenta bancaria. Un recién jubilado clásico: con mucho tiempo para perder y no tanto dinero como todas mis ambiciones reclamaban.
Ella, un niña exquisita. Apenas mayor de edad y con más huesos que carne. Cabello pintado de rubio y con unos leggins deportivos azules que parecían ser la piel de su cuerpo. Muy delgada dejaba adivinar una vulva exquisita por su forma y porque sus labios mucho más carnosos que sus muslos, mostraban que o no traía ropa interior o ésta, era tan breve como ella.
La primera vez que la vi, yo bajaba de mi carro para dirigirme al taller en donde acostumbro a tomar cerveza con mis amigos, ella salía de la fábrica en donde se empleaba por un sueldo miserable. Lo primero que me llamó la atención fue su estilizada figura. Una verdadera Barbie. Después la protuberancia de sus labios entre los cuales, en una rajada nada disimulada y ostentosa, se perdía esa tela sintética de color fosforescente. Finalmente su rostro. Quizá no era ninguna super belleza pero tenía una sonrisa que delataba que acaba de dejar de ser niña no hace mucho tiempo. La segunda ocasión que la encontré la abordé sin pensarlo más.
“¿Hola, disculpa, tú te llamas Rubí?”. ¡No! Contestó ella. ¡Qué raro, me dijeron que Rubí era la chica más guapa de esta fábrica y la verdad no veo a nadie más guapa que tú! Ella sonrió divertida. La puerta se empezaba a abrir. “¿Me podrías decir entonces cómo se llama la verdadera chica más guapa?”. “No sé. ¿Quién es la más guapa?”. “Por favor, tú la ves en el espejo todos los días”. Su amiga y ella se reían como niñas de secundaria mientras el gato seguía pendiente de la estrategia para atrapar al ratón. Me di cuenta de inmediato con una beve plática de que ella generalmente no tenía acceso a la mayoría de los lugares en los que se tuviera que pagar una cuenta regular. Sus pretendientes por lo general lo más que le invitaban era a tomar una cerveza sentados en la banqueta.
Después de 3 cervezas en el bar, ella estaba eufórica y feliz. El hielo se había roto y ahora yo solo tenía que aguantar la vista de los que al pasar no sabían si la niña estaba con su papá o su abuelo. Nuestros rostros estaban más cerca cada vez pues yo le hablaba tan bajo que ella se tuvo que acercar sin darse cuenta. Le caí bien, me tomó confianza y se reía a carcajadas de mis ocurrencias como si estas fueran las mejores del mundo. De pronto nos miramos a los ojos y yo teniendo presente que ella era menor que la menor de mis hijas, la besé. Ella correspondió con ansia. Ya no me importaron más los cuchicheos que seguramente criticaban la disparidad de edades.
De pronto ella me preguntó ¿te gusto mucho? “Más que nadie”. ¿Más que tu esposa? “Me gusta tu juventud y mi esposa ya no la tiene igual que yo. A ella la quiero por otras cosas”
Mientras tratábamos de platicar no dejábamos de besarnos. Aprovechando que nuestra posición ocultaba nuestros cuerpos, yo acariciaba esas delgadas piernas con las dos manos. Cuando sentí que ella estaba a punto le dije “quiero comerme esto”. Le puse la palma de mi mano sobre su hermosa vulva. Empecé a acariciar, después, un dedo traicionero empezó a hurgar más adentro y encontró el botón del placer femenino. Ellsa abrió la piernas para facilitar mi labor y mientras mi mano derecha frotaba, metía, frotaba, metía, con el brazo izquierdo rodeando su espalda, empecé a acariciar sus senos por debajo de la blusa. Se empezó a perder en su propia voluptuosidad y de pronto soltó un gemido de placer tan intenso que nos tuvimos que separar bruscamente cuando muchos voltearon para disimular que ese sonido había venido de otro lado.
¿Quieres ir a dónde estemos solos? Pero, ¿a dónde? Preguntó simulando inocencia e ingenuidad.
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