Los Cambios Y Los Anacronismos (Parte Final)
Por EM Rosa
Enviado el 04/03/2012, clasificado en Ciencia ficción
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- ¡Pero Sr. Frenzi! .En todos los procesos revolucionarios hubo siempre quienes quedaron al margen. Las personas que no están aunque mas no sea mínimamente relacionadas con la cibernética o la informática poco tienen que hacer en la sociedad de hoy.
- El problema es que la exclusión que usted hace abarca a la gran mayoría de la población mundial... Son millones.
- Los grandes cambios siempre acarrean grandes masas de gente sacrificada, pero son cambios que benefician a la humanidad como un todo de cara al futuro.
- Usted es un encumbrado ejecutivo de una multinacional monstruosa con una gran preparación y un altísimo grado de educación pero... ¿Cuantos años tiene usted, Sr. Quegn?.
- Tengo veinticinco años.- contestó orgulloso el aludido.- Y hace cinco que estoy en la empresa. Fue mi primer y único trabajo.
- Aja...Lo felicito por su meteórica carrera. Y dígame: ¿Cuanto cree usted que su empresa tarde en diseñar una máquina que desempeñe su trabajo igual o mejor que usted? .
Quegn sonrió con suficiencia. Hizo una significativa pausa para meterle un tinte despectivo a lo planteado por Frenzi.
- Estimado caballero, las tareas para las cuales están destinados los robots son aquellas cuya repetitividad y rutina las hacen odiosas, tediosas, inaceptables a estas alturas para un ser humano, cuya mente diversificada debe ser destinada a labores intelectuales de tenor más elevado, como por ejemplo mi labor. En mi campo la presencia, la dicción, la creatividad, el ingenio, en fin, podría citarle un serie interminable de parámetros, hacen de esta tarea algo imposible de ejecutar por una máquina por más sofisticada que esta sea.
- ¿Y que hacemos, entonces, con aquellas personas cuyo intelecto no se adapta a tareas tan finas como la suya? .
El joven comenzaba a mostrar incipientes trazas de fastidio.
- No se, Sr. Frenzi, no soy sociólogo, pero le aseguro que sería de su mayor desagrado que en lugar mío estuviera usted hablando con un ente niquelado de luces parpadeantes.
- No tenga usted la menor duda pero déjeme mostrarle algo.
Frenzi busco en su portafolio y saco un folleto a todo color y abundante en detalles. Lo tiró sobre el escritorio. Su portada lo decía todo:
TENGA SU PROPIO SISTEMA EJECUTIVO Y AHORRE ALTOS SALARIOS.
El otro miró el boletín con ojos intrigados pero aún poco interesado. Dio vuelta la portada y la primer hoja mostraba la imagen de dos personas jóvenes de distintos sexos y muy atractivos sonriendo tras un moderno y funcional escritorio inscripto en un entorno mobiliario de última generación.
Al pie de las fotos versaba:
AUNQUE NO LO CREA ESTAS DOS PERSONAS SON ROBOTS. LO ÚLTIMO EN SIMULACIÓN HUMANA. RESPIRAN, SUDAN, LLORAN, RIEN Y POSEEN TODAS LAS FUNCIONES DE INTERRELACIÓN COMO DOS VERDADERAS PERSONAS. NUNCA NADIE NOTARÁ LA DIFERENCIA. LO QUE USTED NECESITA PARA LA ATENCIÓN DE SUS CLIENTES. VENTAS, COMPRAS, FUNCIONES DIPLOMÁTICAS Y OTRAS CIEN FORMAS DE PROGRAMACIÓN
Ahora la cara del joven se encontraba descompuesta. Su aire de suficiencia se había ido al demonio.
Frenzi tomó la palabra.
- Es de la compañía que más compite con ustedes. Me asombra que no esté usted al tanto. Quizá sus superiores no estén muy interesados en que se entere y, en realidad, estando tantas horas dedicado a su labor y con su computadora posiblemente intervenida no creo que haya tenido demasiadas oportunidades de informarse. Probablemente con los sofisticados sistemas de espionaje industrial (cibernéticos de hecho) ya esté desarrollando aquí un sistema similar por lo que, en ese caso, su situación dentro de la empresa sea por demás precaria.
El joven leía el folleto con una palidez mortal en la cara e imposibilitado de apartar sus ojos del boletín que tenía entre manos.
- Si le sirve de consuelo- continuó Frenzi - un sistema que me reemplace ya está totalmente implementado en la empresa donde trabajo. Lo espero en el futuro, Sr. Quegn.
Dicho esto el hombre tendió inútilmente la mano al abatido joven que tenía enfrente que solo atinó a mirarlo con ojos de pescado muerto y el labio inferior colgando lamentablemente hacia abajo.
Quizá un pequeño infarto se le esté formando en algún lugar... pensó Frenzi.
Acto seguido se encaminó a la puerta y se marchó razonablemente complacido.
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