CALOR, SILENCIO 2ª PARTE
Por chema d. garrido
Enviado el 08/05/2013, clasificado en Adultos / eróticos
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MI piel agradeció en silencio el suave contacto de un velo de seda sobre mis ojos, que al provenir de su bolsillo, mantenía cierto frescor al amparo del bochorno, y olía como yo hubiese querido oler: a él, a su dueño. Ya estaba su mano detenida en mi mejilla, la palma sedosa abarcándomela, luego sus dedos hurgando por mis labios resecos y calientes, adentrándose por ellos como pequeñas lenguas de sed. Lo siguiente que recibí fue su pene perfectamente horizontal y duro para traspasarme, para enseñarme, para alcanzarme hasta la garganta, y succioné, chupé, aspiré aquella extensión de su voluntad, primero lentamente, acompasada a su ritmo, más tarde aumentando la cadencia, la vibración, los jadeos que nos pertenecían, que me compartían, que sudaba agradecida, mojada entera, adormecida un poco por el agitado ritmo que su mano imponía a mi cabeza y que apenas me dejaba respirar. Cuando al fin su mano abierta fue a descansar sobre mi hombro, recibiendo todo el peso de su cuerpo traspasado por una prolongada sacudida, me preparé para tomar el espeso caudal volcándose en mis adentros abrasados, entre mis dientes, mi garganta, bajo mi lengua, colgando de mis mejillas y mis labios como estalagmitas. Y sin su permiso seguí bebiendo y paladeando su brasa líquida, aquel gusto parecido al de la acetona, algo áspero, ardiente y volátil, trazando una estela amarga y mentolada a lo largo de mí, que era suya, su sabor:
APRENDE A RECHAZAR LOS PREJUICIOS Y AGRADECEME QUE TE HUMILLE. AL HACERLO ME ENTREGO A TI, ME DOY A TI, PIERDO MIS GANAS Y MI TIEMPO EN TI. JÁCTATE DE ELLO, Y DE TODA DEGRADACIÓN QUE TE IMPONGAN MIS MANOS.
Y si algo nunca se irá de mí es el silencio de todo aquello, de aquellos días, de aquellas horas, el silencio del aire quieto acunando, recibiendo su voz como una sábana recibe la piel de un bebé, su voz, quizá la más estremecedora de cuantas huellas dejó en mi cuerpo mi señor, su abuso sobre toda voluntad de resistencia, el silencio y el bochorno acentuados al caer la tarde de aquel día, cuando se fue dejándome atada, satisfecha, humillada, angustiada y dichosa tras su partida. Un largo, lento incendio del tiempo transcurrió en la soledad de mi apartamento, en un conteo minucioso del paso de los minutos con la conciencia adormecida, borracha, instalada en la locura, el delirio o el éxtasis, quién sabe qué encerraban aquellos minutos acalorados, la humedad en las axilas y el hormigueo de la sudoración resbalando espalda abajo, las manchas de sudor en las baldosas, el griterío amortiguado de los niños en las aceras, los traqueteos vecinos, las televisiones de arriba, de abajo, las campanas de algunas iglesias, y la puerta entornada para que algún despistado se colara y viese mi orgullosa, azotada, sudorosa, sedienta figura en medio del salón, a un centímetro del orgasmo total. Varios vecinos, de hecho, detuvieron sus pasos al llegar al rellano, como curiosos ante el descuido de una puerta semiabierta, pero ninguno entró ni se atrevió a lanzar una curiosa ojeada. Nadie quiso saber ni conocer mi orgullo, mi verdad. Tuve que esperar a la noche para que mi señor se ocupara nuevamente de mí, debían de ser las 12 por la claridad apagada del cielo nocturno cuando sus pasos irrumpieron en el salón atropelladamente, acompañados de risas. Agaché la cabeza de nuevo, cuando los pasos, las risas, se duplicaron por el aire caliente y estático: una mujer lo acompañaba, algo bebida como él.
Encendieron la luz.
Fui mostrada con orgullo, presentada con palabras de una dureza irrepetible. El semen había formado costras a lo largo de mis hombros, de mis pechos, de mi rostro. Ella advirtió el lamentable aspecto que presentaba, entre bromas que pretendían ser humillantes. Mi señor le pidió que me lavase allí mismo, con un paño y jabón. Mientras la mujer fue a la cocina entre bamboleos, él sirvió en dos copas las mejores bebidas que encontró en el minibar sin dirigirme una sola palabra, aunque yo sentía que me miraba detenidamente. Los tacones y el modo de hablar de su acompañante me revelaron que se trataba de una prostituta, cuya minifalda permaneció pegada a mis ojos, revelando los más profundos detalles de su tejido, sus pliegues y dibujos mientras se dedicaba a enjuagarme el semen y sudor de la cara, del cuello, de los pechos, los brazos y las manos para que estuviera nuevamente dispuesta. Fui tomada en préstamo por ella, que no tardó en bajarse la falda, desnudarse y unir la carnosidad sin vello de su vagina a mis labios, que comenzaron a lamer con una obediencia lejana del placer o del rechazo, la verdad. Nunca antes había hecho algo igual, pero la certeza de que él estaba disfrutando viéndome hacerlo me daba fuerzas para seguir, mientras ella intentaba manipular en alguna parte de él, quizá besarlo, yo no podía verlos, pero sabía, sí, yo sabía, y sentía, que su atención era exclusivamente para mí, para su única puta, su eterna.
Cuando la joven se hubo saciado, me abofeteó.
HAS DE VER CÓMO SELA CHUPOATU NOVIO. CÓMO SE HACE UNA AUTÉNTICA MAMADA, dijo con una dureza, una aspereza en el tono que no consiguió fingir.
Agachándose, tomó su miembro con una mano mientras los dedos de la otra se dedicaban a profesionales caricias por los testículos de mi señor. un caldeado vaho subía del suelo del salón, ninguno pensó en accionar el aire acondicionado, y el sudor envolvía sus facciones mientras ofrecía a mis ojos una lenta y profunda felación a la vez que desviaba sus ojos a los de mi señor y a los míos, como espiando que la supuesta envidia de la esclava fuese verdadera y legítima. Sin embargo, él no apartaba los ojos de mí, insistentemente me ceñían con una precisión clínica e impecable, estudiando mis reacciones y creo que algo más profundo e insoslayable que mi reacción y la naturaleza de mis sentimientos, y yo sentí la urgente necesidad de responderle con el calor de los míos, estableciendo entre ambos un territorio común del que la prostituta se supo muy pronto expulsada.
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