Tesis Mortal

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Jamás hubiera imaginado que el profesor Joseph Gruber llegaría trascender de forma significativa en el devenir de mi existencia. Al ser descendiente de emigrantes alemanes, apenas solía dialogar con el alumnado más allá de las aulas como resultado de la inseguridad que le generaba su peculiar acento germánico.

Aquella actitud le otorgaba la apariencia de un catedrático severo y reservado; pero cuando algún alumno conseguía atravesar aquella fachada de parquedad, podía hallar en él a un hombre soñador, gentil y cautivador. Como uno de esos iconos de cine que en cuestión de minutos podían conquistar a una dama, a la par que lograban ganarse el respeto de cualquier caballero.

Yo mismo quedé atrapado en su red el día que me expuse ante su presencia para pedirle que fuera el tutor de mi tesis doctoral. Lo recuerdo perfectamente. Recuerdo que le abordé nada más salir del departamento de biología mientras las sombras se cernían sobre el campus universitario durante una fría tarde de otoño.

–¿Y bien? –me preguntó cuando terminé de expresarle mis intenciones –¿Cual será el tema de su tesis?

–Pues... –comencé a decir mientras intentaba reunir el valor para exponer mi propuesta –. La tesis consistirá en la unión de dos vertientes diferentes. El estudio exhaustivo de la memoria genética en combinación con la ley de conservación de la materia.

–¿Y con ello qué pretende demostrar? –me preguntó para animarme a continuar.

–Si mi teoría resulta cierta, podríamos demostrar que el mejor mensaje que la NASA puede lanzar al espacio, a modo de una cápsula del tiempo, es un fragmento de tejido celular de un individuo de nuestra propia especie.

–¿Pretendes que la NASA lance un cadáver humano a los confines del universo con la esperanza de que un posible receptor conozca el mayor número de datos sobre nuestra existencia mediante una lectura celular? –me preguntó el profesor Gruber, mientras sopesaba las múltiples consecuencias de mi demanda.

Aquella pregunta activó en mi mente la escena de una película en la que un hombre se despertaba horrorizado junto a la cabeza de un caballo, por lo que advertí que la integridad de mi propuesta se veía gravemente afectada. Fue el propio profesor Gruber quien pronunció las palabras que evitaron que iniciara un proceso de retirada.

–Déjeme que medite su propuesta y en un par de días conocerá mi respuesta.

Tras realizar aquella contestación, me dejó allí plantado con más dudas que certezas; aunque debo de admitir que fue ser fiel a su promesa, pues a mediados del segundo día una joven me entregó un sobre que contenía la siguiente respuesta:

 

“Estimado Andrew J. Thomas, he meditado su propuesta con el mayor interés y, tras aplicar mis conocimientos en los fundamentos de la misma, he llegado a la conclusión que me resultará todo un reto personal. Si se cree capacitado para finalizar su tesis con mi ayuda, puede contar con ella por el bien de la institución y el resto del mundo académico. Para determinar un plan de estudios, reúnase conmigo en el aula 2B de la facultad de biología a las 17:30 del próximo Viernes.”

Atentamente: Dr Joseph Gruber

 

Aquella carta me devolvió el entusiasmo que necesitaba para iniciar cuanto antes mi proyecto, por lo que al día siguiente me personé frente al aula 2B antes de tiempo. Una vez que todos los alumnos abandonaron el aula, me introduje en su interior, intercambié un par de frases protocolarias con el profesor Gruber y comenzamos a discutir sobre las aulas y laboratorios que podríamos emplear bajo el influjo de nuestros ajustados horarios.

Una vez aclarado aquel punto, acordamos que el profesor se haría cargo de proveer los productos y útiles de investigación, mientras yo comenzaría a recopilar toda la información relacionada con la lectura e interpretación de la memoria celular que cayera en mis manos. Fue una faena tediosa, pues muchos de los datos obtenidos eran réplicas de estudios anteriores con ínfimas variantes.

A partir de aquel instante me dediqué a transcribir los datos obtenidos de una forma elocuente y ordenada en mis escasos momentos de soledad; o intentaba realizar algún proceso experimental en el laboratorio con la colaboración del profesor Gruber.

Las primeras pruebas fueron bastante decepcionantes; por lo que el profesor fue desplazándome imperceptiblemente a un segundo plano. No me percaté de aquella situación hasta que comenzaron a surgir los primeros resultados positivos. Unos resultados que eliminaron cualquier posibilidad de protesta.

Por cada día finalizado, mi interés por el proyecto se iba desvaneciendo de manera exponencial; hasta que el profesor Gruber me reveló, con intención de animarme, que había encargado a mis espaldas la construcción de un cohete espacial a un grupo de ingenieros del campus. Una revelación que me resultó increíble, pero que me animó a confesar que ya no sentía aquel proyecto como mio.

Ante tal revelación, el profesor me dedicó una sonrisa que pretendía ser comprensiva; pero que en realidad me estaba helando la sangre.

–Es normal que te sientas alejado de tu propio proyecto. Los jóvenes perdéis el ímpetu al primer traspiés –me espetó sin el menor miramiento –. Pero no te preocupes, muchacho. Sólo te voy a pedir que me consigas un cadáver que nadie pueda reclamar, si realmente pretendes figurar los créditos. ¡Anima esa cara, chaval, pronto tendrás tu tesis acabada al partícipe de mis logros!

Aquellas palabras cargadas de júbilo me hicieron perder la razón; por lo que me abalancé hacia él con la intención de exteriorizar todo el dolor de mi corazón en su cara. A partir de aquel momento no recuerdo nada más, pero intuyo que consiguió acabar con mi vida durante el forcejeo y escondió mi cadáver en algún lugar hasta que pudo introducirlo en esta nave. Una rudimentaria nave espacial que me permitirá descubrir los paisajes que me ofrezca el universo hasta que sea encontrado por algún tipo de vida alienígena. 


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