Estaba ella sola, la princesa.
Encerrada en su castillo,
intentando sacar brillo
a su amargura.
Y lloraba, la princesa.
Pues por más que lo intentaba,
no hallaba quien la escuchara
en su locura.
Y corría, la princesa.
Encerrada en su castillo,
derrapando en el pasillo
de su esencia.
Y paróse, la princesa.
Pues por más que lo intentaba,
no encontraba ella una sala
de creencia.
Y callaba, la princesa.
Encerrada en su castillo,
nadie advertiría el brillo
en su mirada.
Y moría, la princesa.
Pues por más que lo intentaba,
no hallaba quien la ayudara
en su agonía.
Y allí estaba, la princesa.
Encerrada en su castillo,
hasta que un día llegó un brillo,
y su alegría.
Y reía, la princesa.
Pues por más que lo intentaba,
no sabía por qué estaba
por fin libre.
Y fue feliz, la princesa.
Fuera ya de su castillo,
sonriéndole a ese brillo,
tan sensible.
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