SEGUNDA PARTE...
Dimas Freites, llegó una mañana de Abril al mercado de Sabadoya. Impecablemente vestido de flux y corbata negras, camisa blanca, zapatos negros lustrosos y lentes oscuros. Llegó en una limusina, también negra, conducida por un chofer vestido de chofer (con gorra y todo).
La llegada de la limusina llamó mucho la atención. Era la primera vez que semejante vehículo se paraba justo en frente de la entrada del mercado, que a esa hora estaba minado de gente adentro y afuera. Para colmo, el chofer bajó primero y le abrió la puerta al extraño visitante, lo que hizo suponer, sumado a su atuendo, que no se trataba de cualquier persona. Sin embargo el impacto fue mucho mayor con el siguiente e inmediato acto del chofer.
En efecto, luego de salir del coche, el visitante se quedó parado cual soldado de plomo frente al mercado. Acto seguido el chofer abrió la maleta de la limusina y de allí sacó un maletín ejecutivo negro forrado en fino cuero, con cerradura de llave y combinación a ambos lados, el cual, con visible solemnidad, le entregó a aquel caballero, quien lo recibió de la misma manera. Sí, el gesto del chofer al entregar el maletín, parecía el de un escudero entregando una espada memorable a un caballero, justo antes de un combate. ¡Y lo peor, se trataba de un caballero negro!. Al menos así lo percibió mucha gente.
Luego de esto, el visitante, entró con paso firme al mercado, maletín en mano. Al tiempo que avanzaba, los sorprendidos clientes le abrieron paso, casi incoscientemente. El mismo fenómeno se dio mientras avanzaba por el pasillo principal sin mirar a los lados. Al llegar al final del pasillo dobló a la izquierda y luego a la derecha y continuó hasta el fondo. Aquel hombre sabía perfectamente lo que buscaba y a quien, y también donde encontrarlo. Se dirigía a la oficina del intendente del mercado. Allí llegó, y, según contaron algunos testigos, sin tocar, giró la manilla, abrió la puerta y entró sin previo aviso, como si fuera el dueño.
Un alo de inquietud, se extendió como pólvora entre los comerciantes, los clientes y los visitantes y siguió con la rapidez de un tornado por todo el pueblo de Sabadoya, hasta que no quedó un solo ser que no estuviera informado de la misteriosa visita.
Pero había otra cosa que llamaba la atención y que intrigaba mucho más que aquel hombre: el maletín… ¿Qué contenía aquel maletín entregado por el chofer con tal ceremonia al extraño caballero?, ¿porqué lo traían resguardado en la maleta del vehículo?, ¿qué tan especial era lo que había adentro como para que el chofer y el visitante se comportaran con la solemnidad que o hicieron?, ¿Cuánto poder destructivo había dentro de aquel maletín?...
La incertidumbre se apoderó de todos, pero nadie dijo nada al respecto. Compradores y vendedores se limitaron a hacer sus transacciones aparentando una serenidad que no tenían. Ello era notorio, pues desde que aquel hombre entró al mercado con el maletín, el bullicio desapareció. Las compras se hicieron en voz baja, entre miradas frías, como si hubiera miedo. Las sonrisas tan espontaneas de cada día se tornaron forzadas, y hubo hasta quien temblara.
Doña Gertrudis, la de la masa para hacer pan, no aguantó la presión, se le fueron las piernas y hubo que recogerla del suelo, echarle aire con un abanico y darle agua de azúcar para que reaccionara. Aquel evento agregó un peso adicional a la situación. Algo oculto había en el mercado de Sabadoya y la simple presencia de aquel hombre, con el maletín, lo había removido.
Luego de aproximadamente veinte minutos en la Oficina de la intendencia del mercado, el extraño visitante salió con el Intendente, quien nerviosamente secaba su frente con un pañuelo al tiempo que su rostro había perdido el color sonrosado que le caracterizaba. Detrás venían Horacio, Nelson y Manuela los dos primeros transportando una mesa y la ultima con un mantel carmesí en sus manos.
La mesa fue colocada en medio del pasillo central del Mercado, el mantel se extendió sobre ella y después, aquel hombre de hielo, procedió a colocar el maletín encima. Acto seguido abrió las cerraduras de llave, luego marcó las dos combinaciones necesarias para abrirlo. ¡Pero no lo abrió!... (CONTINUARA EN SU PARTE FINAL)
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