LA PERDIZ DE ABUNDIO
Permítanme que sea ahora y no antes, cuando me confiese a mi querido pueblo, de un hecho perpetrado por mí, hace ya más de 35 años y vosotros preguntareis ¿porqué ahora?. Pues bien. Cuando leáis el suceso lo entenderéis perfectamente.
Corrían los años setenta y poco, cuando una madrugada llegó de la calle mi cuñado Diego, cargadete como de costumbre, diciéndome con media lengua a causa de los vaporcillos del alcohol, que había un pájaro perdiz paseándose por la acera.
-¡Déjate de bromas, cuñao!. ¿Me voy a creer que una perdiz se está paseando por la Calle Ancha?
Mi hermana Chon se puso muy seria asegurándome que era cierto, pero que su marido si echara a correr tras ella, acabaría largando el JB, la C, la D y todas las letras del abecedario.
¡COÑO!, que me asomé y era verdad... No tuve que correr apenas para hacerme con ella.
Con ese jaleo se despertó mi madre y al verme con la perdiz en las manos, ni corta ni perezosa la cogió y KRRR. Vuelta y media a la cabeza y a la olla.
Ya de día, salí a la calle y vi un corrillo de cazadores en la puerta de Parraillo, donde destacaba el vocerío de Abundio. Perdón. En aquellos años era el señorito Abundio: -Tres premios tenía y 50.000 pesetas nada menos, decía con insistencia.
En aquellos tiempos, 50.000 pesetas no eran palabras de andar por casa, por lo que me acerqué más al corrillo y agudicé mis oídos al máximo, ya que tal cantidad de dinero, despertaba la curiosidad al más pintao.
¡VIRGEN DEL AMOR HERMOSO, LA DEL CARMEN, EL PERPETUO SOCORRO, TODAS LAS VIRGENES HABIDAS Y POR HABER, MAS TODO EL SANTORAL ENTERO! Todo se me vino a la cabeza para pedir auxilio, cuando escuché que a Abundio se le escapó una perdiz, esa misma noche. Tres veces premiadas como reclamo y por eso le costó 50.000 pesetas.
Corrí hacia mi casa, como alma que se lleva el diablo, para que el asunto de la perdiz se guardara en familia, como Secreto de Estado.
Mi madre hizo ademán de abrir la olla, cuando ya llevaba media hora haciendo PSSSSSS. (A eso le llamo yo tener FE).
Mi padre, como Guardia Civil retirado, habiendo vivido acojonado entre órdenes de los sargentos y el régimen franquista, se le puso una cara más blanca que la pared, al enterarse del asunto del pájaro. El culo se lo puso prieto e inspirando hacia dentro, para evitar la salida de un eminente surullo.
Yo lo miraba y solo pensaba, que la fuerza con la que estaba succionando, bien pudiera ser, que la sandía que estaba sobre la mesa, se le pegara en el trasero en cuanto su culo apuntara hacia ella.
Tengan ustedes en cuenta, que Franco todavía le quedaba un ojo abierto y Abundio, era entonces, El señorito Abundio. ¡CASI NA!. A lo que tenemos que añadir, que dentro de la olla de mi casa estaba la CONDECORADA y carísima perdiz del susodicho señorito.
LLegó el medio día y en mi casa se mascaba el ambiente, mirándonos unos a otros como si hubiésemos cometido un crimen.
Se escuchó en el comedor un sonido que venía desde la cocina: PFFFFF, ruido que hace la olla a presión cuando es destapada y mi madre fue acercándose con el recipiente paso a paso, al tiempo que se hizo un silencio sepulcral.
Tan solo mi padre fue quien habló al final y no era precisamente por el susto que ya de por sí tenía, sino por otra cosa que más le podía. Mi padre era muy apretao a la hora de soltar pasta. ¡Vamos!, que era tela de encojío... Es por eso que tan solo se oía en aquel tórrido almuerzo:
Mil pesetas, mil pesetas, mil pesetas, soltando lagrimones, por cada vez que daba una cucharada al carísimo caldo.
Señorito Abundio, ya que estarás con Dios, seguro que sabrás perdonarme, porque si estuvieras vivo, lo dudaría mucho.
Ya me siento en paz conmigo mismo, por sacarme esa espinita inconfesable que tenía dentro.
Abundio ya descansa en paz y no se enteró en vida del paradero de su campeona perdiz. Si ahora se enoja, ya que está muerto, será Manolo el Mohino, quien oiga entre los muros de su casa:
TOOOOMIIIIII. ERES UN ...
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