El GÜIJE

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Las Ceybas son árboles sagrados, milenarios, con el tronco gordo, turgente como las pinturas de Botero. Son árboles maternales, tiernos, un árbol de esos que cuando te lo encuentras se te abren más los ojos te invade un sentimiento de atracción y necesita acercarte a él para tocar su tronco y sus ramas.

 

Orelvis es un negrito cubano que trabaja en un rancho donde hay un bosque de Ceybas. Una tarde calurosa, sentados los dos en el porche, mientras se balancea en su hamaca me relata la historia del GÜIJE de la Bajada o el GÜIJE del valle, para nosotros, un ser extraño que sale a medianoche del bosque de Ceybas y devora a aquel que pasa por el valle.

 

Me cuenta que el GÜIJE es oscuro y pequeño, casi diminuto, del tamaño de un niño de 3 años, con la cabeza desproporcionadamente grande para su cuerpo, al igual que sus brillantes ojos negros.

 

Resulta difícil diferenciar su cuerpo oscuro, apenas perceptible, atrapado en una maraña de ramas de Marabú, un arbusto retorcido y espinoso. Se diría que es medio árbol, medio humano. De sus orejas, manos y pies se prolongan pequeñas ramas repletas de espinas al igual que las rastas que forman su pelo.

 

Tiene una mirada tan fría y profunda que le da un aspecto feroz a pesar de su pequeño tamaño. Su fuerza es colosal, capaz de vencer a un toro.

 

Sus movimientos son rápidos, como un colibrí, tan rápidos que casi no puedes verlo, ni seguir sus pasos, se diluye en el negro de la noche, sobre todo los días de luna nueva. En esos días, nadie se atreve a pasar por el valle a la medianoche.

 

No habla, no emite sonido alguno, o nadie nunca lo escuchó, pero ningún desaparecido del valle volvió para contarlo.

Algunos si oyeron el ruido de las ramas desplazándose y despavoridos apenas alcanzaron a llegar a sus casas temblorosos, sin mirar atrás. Los más viejos del lugar cuentan de la Casona del campo de caña de azúcar, donde trabajaban y mal vivían los negros venidos de África, con poca comida y menos agua. Los españoles rodearon toda la plantación con Marabú, que crece como malla de espinas para impedir el paso. Ningún negro podía escapar de aquella trampa mortal, los más osados quedaban atrapados en la maraña de pinchos y ramas, donde morían, pues el Marabú se clavaba en sus cuerpos como metralla.

 

Dicen que el GÜIJE también murió allí, hace muchos años, una noche sin luna y su espíritu quedó atrapado por el Marabú para vengarse de los blancos, y también su espíritu buscó consuelo en las madres Ceybas que le acogieron y arroparon en el bosque.


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